Salió
del bar con un olor rancio en la ropa. Un bar depresivo iluminado con tubos
fluorescentes. Si bien no había visto un solo plato caliente, era claro que ahí
se cocinaba algo. Tal vez la comida de los mozos o del gato. Un olor
imperceptible se volvía contundente. Un golpecito de viento le tocó la cara,
acercó la nariz a la ropa y le pareció que el olor era para siempre. Pero no
era la campera lo que olía rancio. Un sanguchito de pan húmedo con una
sospechosa feta de paleta empezaba a hacerle ruido en el estomago. ¿O sería el
vino blanco, ese que el tipo saco de una damajuana verde?
La
calle estaba seca de ruidos. Un hombre a lo lejos hurgaba un tacho. Los
adoquines brillaban como joyas bajo el rocío y la luna aun resistiendo el ataque
de la modernidad. Su condena sería seguramente su futura desaparición bajo un
capa de asfalto. La modernidad que siempre se cobra sus víctimas.
Los miró con
nostalgia, eran los mismos de hace 25 años, cuando Villa Crespo era tan
distinto. La silla en la puerta, el termo en el suelo y el abuelo mirando los
autos. El nenito en la bici con rueditas y al otro día sin rueditas y por la
tarde un moretón en la pierna.
Los mismos adoquines de su camino a casa después
del Nacional, de su abrazo en la medianoche, de la carrera desenfrenada tropezando
hacia el zaguán de Lily. Los mismos que
contemplaron ese beso perfecto por inesperado, la primera mirada a sus senos, su mano hurgando bajo la
pollera, esa increíble nueva percepción de la humedad bajo el encaje nuevo y ese
arañazo en el pecho difícil de explicar.
Y un
dia…esa mirada de fuego y las palabras que no entiende. Ese amor que se fuga entre
los dedos sin que pudiera hacer nada.
Podrás haber leído muchos libros, le gritó, pero
del amor no sabés nada…Se lo dijo casi sin mirarlo.
¿Pero que
le faltaba saber?, ¿que era?
La máquina
de pensar no se atrevía a sentir.
Y se quedó así como ahora, encorvado e inmóvil, con
ese mismo ardor en el estomago, los puños sobre el pecho, el morral atravesado
de apuntes y la mirada en los adoquines brillantes.
Nunca
mas la vio. Dicen que se la llevó un camionero sensible a otros destinos,
inculto y mal vestido, gordo e ignorante de todo y de escasa conversación. Con
aliento a mate amargo y mil kilómetros de historias.
Pero
tal vez conteniendo algo que a él le faltaba.
Un
corazón.