La primera vez lo vi en un 318 de Temperley a Lomas.
Agarrado a un manojo de tarjetitas jugaba con un amiguito de su misma edad. El colectivo venia algo vacio, habia asientos, aun asi encaró a una chica que venía parada invitandola a sentarse. Su voz gruesa para la edad dijo: -seño, aca tiene un asiento..quiere sentarse?.
Agradecida la dama declinó la invitacion y el siguió con sus cosas. No iba vendiendo, solo viajaba. Que edad tendrá, le pregunte a mi hija Sol que iba conmigo...
-7... ...9..?
-Tal vez....
No levantaba mas de 1,5m del suelo, sus ojos azules y pelito rubio no lo hacian el pibe tipico de la calle, al menos de estas calles del sur. Sus labios gruesos dejaban escapar una voz clara y grave. Cuando bajamos en Lomas se despidio del amigo que lo acompañaba entregandole el manojo de tarjetitas que llevaba. Como un jefe responsable se las dio como esperando buenos resultados de la mercaderia. El otro se dirigio a la estacion , el tren seria su destino y el rubio se quedó en el 318. -Es amigos de Lucas me dijo Sol. No me extrañó, mi hijo Lucas suele hacerse amigo de cuanta persona de la calle anda por ahi. El otro día me presentó a la señora de las bolsas. Presentacion que me dejó de herencia que a partir de ahi la señora en cuestion me tomara de cliente o de oreja de sus males menores que controlaba en el Hospital Gandulfo. Y ademas me robe las galletitas del cafe en el bar donde me encuentre.
Y por supuesto, que se libere de algunas bolsas de residuo que termino comprandole.
Pero este rubiecito parecia ser diferente. Lo vi irse en el 318 y me imaginé que ese no seria el unico encuentro.
El tren hoy se apiadaba de nosotros. Los vagones casi siempre revueltos, caoticos de vendedores, sucios, olorosos e incomodos esta vez lo eran todo menos la cuestion del apretuje. Habia algo mas de lugar que permitia la expresion de un joven cantante que a capella entonaba con fuerza una cancion que desconocia. Lo vi llegar entre los pasajeros y me encontré con el rubio del 318. Esta vez solito, se animaba a una bonita pagina que él solo conocía. Iba como una lombriz abriendose camino entre las piernas del pasaje sin aflojarle ni un poquito a la entonacion. Cuando creyó que ya estaba bien, agradeció la atencion y claramente requirió una ayudita que tambien agradeció. Ligó de una sola persona $2. Un valor que de ser unico no seria nada, pero que dejaba intuir que esa simpatia musical y ese desparpajo en la eleccion del repertorio traeria por repeticion, buenos resultados. Quise buscar una moneda, desoyendo mi propia conviccion en esos casos, pero rapidamente se perdió entre la muchedumbre.
Eran las 21hs. Ya era hora de irse a su casa, pensé.
Esa noche, sin escalas, tenia una cena con unos amigos. Una de esas pizzerias en Lomas que la van de finas con precios del Principado de Monaco pero que en realidad chorrean grasa por todos lados. Pero es lo que hay.
En esta etapa minimalista esa es la onda, de todo muy pobre. Pobre comida, pobre servicio, poco lugar y precios...no acordes a lo poco que se ve. Te arrancan la cabeza sin compasion. Pero ese es otro tema, y el lugar repleto de imbeciles como nosotros era una tentacion para el comercio ambulante.
Eran las 23 hs. Y entonces apareció.
Los ojos bien abiertos y las manos repletas de flores. Ramos minúsculos pero algo tentadores. Recorrio algunas mesas y en la de atras nuestro perdió toda su produccion floral. Las chicas que la ocupaban se conmovieron de un rubiecito que saludó a una por una con ¡un beso en la mano! y luego les ofrecio el ramito. Qué podía pasar. Quebró stock, el pibito. Todas las flores quedaron en las manos de las chicas y el se quedó un ratito con ellas conversando vaya a saber de qué, pero lo imagino. Cuando se dio cuenta que ya habia pasado bastante tiempo de inactividad, se acercó a una mesa, donde habia escondido una bolsa, y arremetió con sus productos incluidos en el plan B. Tarjetas de navidad no solo musicales sino con luz.. Y nosotros seguiamos en su recorrido.
Al acercarse cumplio el rito del besamanos, a los varones solo nos saludó, y empezó a mostrar su musical producto. Ya con dos pesos en la mano cada uno, Corina y yo esperabamos darselos a cambio de nada. Solo por la cancion que habia escuchado en el tren y por la cual no habia podido darle nada.
Nos miro con desagrado.....nos volvio a mirar a cada uno y lamentandose y rechazando el dinero ($4) nos dijo....
- No...yo quiero vender....no quiero plata...
-Pero te estamos dando por la cancion que cantaste en el tren, me contaron que cantas, le dijo Corina.
-Yo quiero vender, repitió lamentandose....
-Bueno, te compramos una tarjeta (valía $3) y te la pagamos 4, asi esta bien? insistio Corina.
-Si, asi si.
Elegimos una, y luego de preguntarnos si el bebe de la mesa era varon, y claramente era una nena, lo vimos irse a una mesa donde un levante en progreso era evidente. No solo les vendio tarjetas navideñas, sino que se les sentó en la mesa y se quedo un ratito. Y despues otra y otra, y otra, y la mano que besa y la sonrisa que deja y la tarjetita que vende... Y asi la noche, en su infatigable devenir, acompañó los pasos del rubiecito del 318, tal vez hasta que ya nada le quede por vender, o hasta que su niñez entradora y conmovedora deje paso a una madurez que llegará mucho tiempo antes de que se les acabe los ramitos y las tarjetas.
1 comentario:
Me gustó tu relato pero me dio tristeza. Me recuerda una vez que visitaba un país lejano, donde en la boca de una estación de subte me encontré con un rubiecito tocando el violín maravillosamente. Algunos le tiraban monedas, a mi me inspiró un billete. Tocaba y tocaba pero con mucha seriedad y trsiteza en sus ojos, era evidente que no quería estar allí.
Y acá en mi barrio hay un rubiecito que entra a los negocios y manotea lo que puede, lo he visto con mis propios ojos. Todos ellos ya han empezado a abandonar la infancia tal y como la conocemos nosotros.
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