-Amigo, lo que usted tiene es apendicitis....
Mire al médico con sorpresa, pero nada se iba a
comparar con la sorpresa que él se llevó.
-Dr. le dije con tranquilidad, como saboreando el
momento, hace 10 años que me operaron de apéndice.
El tipo termino de arruinar su honor cuando me contestó....
-Uh, no vi la cicatriz...
Hacía poco que había llegado a Bariloche. Mi decisión
era segura, pero mi mujer de entonces no había aportado mucho a este cambio de
rumbo en la vida. Solo se había limitado
a decir..."si, que bueno vamos a
vivir a Bariloche". Tal vez porque creía que la estaría esperando
Bambi o que todas las tardes serian de
chocolates y repostería. Y nada que ver.
El cambio de escenario seria mas traumático de lo
esperado. Pasar de un departamento en la Recoleta a una casa a dos cuadras del
Nahuel Huapi, era nocivo. Virar del gris
asfalto al verde árbol, hería nuestras retinas. Soportar el trino de los
pájaros a cambio de la bocina del 60 era una catástrofe.
No estábamos preparados para eso..
¿Y qué pasó..?
Nos dio stress, nos enfermamos.
Entonces... estábamos en una ciudad lejana, lejos de la
familia, los amigos. Sin cable, con un colectivo que pasaba cada 20 minutos y
sin un almacén cerca...era mucho, seguramente nos íbamos a morir. Y como si
fuera poco, el cielo...ese cielo ilusionado de azul, era una masa gris con
nubes mas parecidas a una plastilina sucia que a un sentimental copo de algodón.
¡ Que íbamos a hacer!
Y ya lo dije... ¡enfermarnos!
Mi mujer recaló en un psicólogo quien le declaro
stress...diagnostico que no podíamos contarle a ningún pariente de Buenos
Aires, a nadie mejor dicho, por increíble y absurdo. Stress??...Quien podría
creer eso en un paraíso patagónico tan deseado por todos. Pero si, así fue.
A mí me pegó el asuntito por el estomago, nada me caía
bien, todo lo que comía seguía de largo, la estaba pasando mal. Un amigo me
sugirió un medico, al que fui rápidamente. El tipo, reconozco, no me dio mucha
bola. Me pregunto algunas cosas intrascendentes y me revisó los recovecos de
siempre. También ordenó análisis que cumplí trayéndoselos a la semana. Con los
anteojos puestos, postura de sabio y la mirada segura, me dijo...
-Voy a llamar al anestesista....
- ¿Y para qué?...se apresuró mi mujer...
Y de ahí en mas el dialogo del comienzo de esta
historia.
Había que conseguir otro médico, alguno mas serio, mas
responsable,¿ donde encontrarlo…?
En el aeropuerto, me decían algunos. Te tomas un avión te
vas a Buenos Aires y lo resolves ahí. Menuda confianza en la medicina
barilochense tenían los nativos. Pero esto no iba a quedar ahí, yo conseguiría un
médico adecuado a la gravísima enfermedad que atravesaba. Quería gozar del lugar que había elegido para
vivir, subir montañas, nadar en el lago, caerme haciendo ski. A eso también había venido…Quería ser un tipo
normal, pero mi carrera al baño luego de cada bocado de comida, estaba haciendo
difícil mi objetivo. Había algo que no me convencía del todo, algo que me
anclaba, me ponía una barrera...
Así llegue a unos consultorios en la calle principal,
la Mitre. Pedí por un clínico y me recomendaron uno que parecía importante,
aunque el otro también lo parecía y tenía mirada y postura profesional, un
delantal impecable y unas ganas de quedarse con mi dinero a cambio de nada
que hacía que la confianza en la
medicina se fuera por la zanja. Sería este diferente?
Lo espere por casi una hora sin sobresaltos. No había comido
nada y entonces estaba tranquilo. Cuando me llamo por mi apellido entré al
consultorio renovando todas mis esperanzas en la medicina local, luego de esto,
si no funcionaba, me quedaba internarme
en alguna comunidad mapuche en busca de alguna machi. Pero esperaba que esto no
fuera necesario. Me senté frente a él y todo parecía diferente. No tenía esa
pose desganada de medico que se las sabe todas y que me venís con esa boludez
de colitis a mi tráeme casos dificilísimos que me permitan ganar el nobel de
medicina y también mucho dinero para ser un prospero empresario y comprarme una
clínica.
Este parecía mas amigable, mas relajado, y así fue la
charla.
Me hizo preguntas, se tomo su tiempo, me sugirió lugares…y finalmente me prescribió
un remedio inimaginable. Mirándome serio me dijo:
-Ahora te vas a Gino…sabes donde es Gino?...si, acá al lado…te sentás mirando a la ventana y te
comes un sanguchito de jamón y queso con un vasito de vino…pero no te gusta el
vino….ah, no?…entonces te tomas una coca….te lo comes tranquilito y te pones a
pensar todo lo bueno y lindo que hay acá y que vas a conocer, a sentir, a hacer…esta
es la vida que elegiste y debes empezar a vivirla…
¿Adonde había caído?... ¿Qué terapia era esta?....Aunque
no estaba mal, no parecía muy incorrecto creer que algo así podría ayudarme…
Le di la mano y encaré hacia Gino. Me senté frente a la
ventana, elegí un sanguchito del exhibidor y pedí la coca más fría que tuviera….Mientras
lo comía, empecé a recordar las palabras del médico, a verme como alguien
diferente…debía soltarle la mano a la persona que dejé en Buenos Aires…No podía
ser aquel y ser este…
Cuando termine el sanguchito, y bebí el último sorbo de
la Coca… ya empezaba a ser uno solo…
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