El día estaba claro, atardecía y había una luz muy cálida
y especial para tomar algunas fotos, pensaba esto mientras recogía algunas
ramas pequeñas.
A lo lejos se escuchaba unos trinos y algunos ruidos del viento
que acariciaba las copas de los árboles agitándolos como en una marea.
Todo eso era natural, ella había aprendido a gozar con
estos días luminosos cada 6 meses, cuando le daban esas ganas de ir al campo y
hacer cosas como las que precisamente estaba haciendo… las ramitas.
La chimenea encendida le daba al comedor de la casa ese
color de película, como salida de algún libro de los que había leído de chica.
Tal vez Mujercitas, o alguno donde la familia se sentaba frente a la chimenea a
leer en épocas donde internet no podía ni imaginarse.
Las ramas empezaban a pesarle en los brazos. Pero no eran
suficientes, a pesar de que ya empezaban a dejarles marcas rojas. La camisa
arremangada dejaba ver unos brazos fuertes, era una mujer entrenada, que se
animaba a las profundidades de un mar agitado. Y planeaba como una sirena en
los mares calmos.
Podía llevar sin esfuerzo un tanque de oxígeno de
aluminio, liviano pero delicado, que se cuidaba de chocarlo contra los corales
de Centroamérica, donde solía dar clases de buceo. Conocía todo tipo de peces, una fauna desconocida para los que solamente
conocemos la superficie del planeta. Podía distinguir cada animalito que se le
acercaba, por colores, por formas… y compartir con sus alumnos cada
descubrimiento. Barcos hundidos, formación de nuevos corales, algunos raros
monumentos de piedra, plantas…casi todo lo conocía aunque sabía que el mar siempre da novedades.
Y estaba atenta a todo ello.
Las ramas eran cada vez más. Algo finitas, arderían
rápido y mañana debería salir de nuevo. Pero no le importaba, cada caminata era
respirar los olores de un campo que conocía, que no daba novedades, un terreno
en donde no tenía que hacer descubrimientos como lo hacía después de cada
corriente marina. Un terreno rodeado de
una alambrada lejana, pero segura.
El peso la hacía tambalear…se sentía distinta, como
cuando la mezcla de oxigeno de su tanque al bucear no fuera la adecuada. Creyó
que las ramas eran muchas y dolían en los brazos. La marca que dejaba era algo
dolorosa, pero era un dolor distinto, suave, silencioso y tibio. No era para
quejarse, pero la sensación estaba allí.
Mientras caminaba
ahora lo hacía sin rumbo, no podía ver
la casa, ni reconocer el camino, ni las
piedras, ni los arboles…
¿Se habría sentado
en el pasto a descansar? No estaba segura, pero vio que había caminado
demasiado en una dirección distinta, ni siquiera parecía un campo de la
provincia de Buenos Aires, ni sus olores, ni sus trinos.
Miró hacia el sol y se quedó ciega un instante…el color
era raro…le daba sobre su piel dándole un
reflejo extraño y no brillaba. Uno de los brazos lo sentía raro, como si algo
desconocido estuviera rozándolo, pero no había nadie, su brazo estaba tapado
por las ramas. Un zumbido suave acallaba los trinos. Alguien la miraba…alguien
estaba allí…Sus ojos se cerraron y al abrirlos se sintió desmayar.
Que lindo día para unas fotos se dijo, miró las ramas que
había recogido y creyó que eran suficiente. Apenas a unos 100 metros se
vislumbraba la casa, brillante y colorida, con flores y ligustrinas y esos techos verdes que siempre consideró el
detalle justo de un estilo inglés que le gustaba.
Tiro la leña en un contenedor y miro sus antebrazos…sorprendentemente
no tenían ninguna marca, las ramas no habían dejado mella salvo un raro
tatuaje. Uno desconocido, nuevo, que cambiaba de forma según la luz. Mostraba unos
raros animales, ignorados, nunca vistos, o tal vez no eran animales, ni eso era
un tatuaje. Un dragón, un ciervo, un pez plateado…¿que había allí? Al volver a
mirarlo ya no estaban y estaban otros, tan irreconocibles como los anteriores…
¿Los había visto alguna vez en esos mares, en esos campos??
No, jamás había visto animales semejantes…
Se refregó el brazo, el tatuaje no salía, se quedaba
firme como desafiándola a recordar algo que no podía hacer. Una marca invasiva,
no elegida y que no podía borrar.
Se tapó rápido esa marca, las mangas de un suéter lo
ocultaron hasta que de a poco y después de varios días se fue yendo,
volviéndose con tonos pasteles. Ya no tenía el brillo del inicio, los animales
apenas podían verse. El tiempo y sus lágrimas aterradas sobre él, fueron
borrándolo.
Por la noche tiene sueños extraños, donde la observan,
gente que no reconoce, que no identifica, que no recuerda y que duda de que
sean realmente humanos.
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