Los dos paraguayos se habían enterado del
asunto por casualidad. Cosa rara, ya que eran torpes y algo lentos para
entender hasta las cosas mas sencillas,
pero a cambio de eso poseían un espíritu de progreso que era único. Y no
importaba como se llegaría a eso, no parecía importante de definir qué era
progreso y cómo lograrlo, esas cosas no se cuestionaban frente a nadie y menos
con un cartón de vino robado de la góndola del chino. Esa falta de reflexiones
los habían llevado a varios errores nunca terminados de pagar ni con algunos días en las cochambrosas
cárceles de la comisaría cercana, o en alguna golpiza en las calles de barro,
en manos de policías mas expeditivos para los cuales la justicia era una
perdida de tiempo. Como un chirlo, así lo sentían los paraguayos a los
bastonazos y golpes que los canas le
propinaban cada 2 o 3 meses, luego de ser sorprendidos en alguna cosa rara.
Se habían enterado de pura suerte. Y esa idea
les arrebataba la cabeza cada día mas. Los cartones de vino se sucedían
acompañando planes y mas planes, pero no se animaban…les faltaba un ajuste, un
poquito de coraje a la decisión que querían tomar. Una cosa era robarles las
cajas de Talacasto, pero lo que intentaban hacer era impensable y jamás lo
habían imaginado.
El barrio los conocía, los veía pasar
abrazados, cantando Galopera a los gritos y prometiendo dinero a toda chica que
se les cruzara a cambio de un pete.
-Dale...Le
gritaba a la Isabel, un petisito y te doy
50 mangos…
Y así andaban hasta que un marido enojado o
novio ofendido o directamente porque si, alguien los cagaba a trompadas. Eran
flacos y desnutridos, eran fáciles para cualquier pelea.
Pero eran duros y parecía que los golpes no hacían
mella, no temían, no se asustaban de nada, tal vez el vino, tal vez la
inconsciencia. Ver su sangre no los preocupaba, a veces ni la notaban.
Una noche frente a la vía, tirando las cajas
de vino para que el carguero las despedazara en medio de una explosión de aire
contenido, se hicieron de nuevo aquella pregunta… ¿Y si nos animamos?
Abel estaba decidido, el otro no.
Ni loco entro de noche a ese lugar, insistía. Después te persiguen para siempre.
Abel se reía de lo que consideraba una
pelotudez, no creía en supersticiones a pesar de ser criado en una casa donde
se temía al Luisón, pero él nunca le había dado importancia al asunto. Los
hombres lobos no existen, y con esa certeza había molido a golpes a varios
perros negros del barrio…
¿Sos el luisón...? ¡A ver veni!, les gritaba a los animales. Y acto seguido les
partía el lomo con una vara de quebracho. Después se tomaba un vinito y se reía.
Y al rato de eso, los dueños de los perros apaleados lo corrían por cuadras
para fajarlo. Y siempre lo alcanzaban.
Era valiente el Abel, el otro era un cobarde.
Hacía varios días que no iban al chino.
Planeaban el asunto lejos del lugar donde había salido la idea. Un súper chino
en este barrio no era raro, empezaban a proliferar debido a que muchos de los
vecinos cobraban planes y eso los volvía tentador para algunos comercios que se fueron
afincando.
Una casa de empanadas, por ejemplo… ¿cuándo
ibas a ver una casa de empanadas ahí?.¿Y un Laverrap? Bueno, aunque era poco creíble,
había un Laverrap. Pero el Súper chino era la atracción, tenia botellas de
fernet muy a la mano, y no tenia cámaras. A los paraguayos no les gustaba el
fernet, solo el vino en caja. Y eso se robaban, ellos creían haber sido
descubiertos varias veces pero nadie les había dicho nada, eso los
envalentonaba, creían que la situación estaba dominada.
Un día al entrar al Súper chino los vieron a
todos llorar. Chinos jóvenes, chinitos y chinitas, chinos viejos, toda la
chinada llorando, todos menos una. La china mayor.
El chino marido se agarraba la cabeza con las
manos. Decía cosas en un idioma imposible y los paraguayos, espectadores de
todo eso se olvidaron de robarse los vinos atentos a la escena. No les costó
mucho entender que la china mayor había
muerto fulminada por un ataque cardiaco…
-Es
esa comida de mierda que comen le dijo Abel al otro… ¿no viste el olor que dejan...? Bueno, eso
te debe freír el corazón…
El velorio de la china mayor fue breve. Y los
paraguayos luego de faltarles el respeto durante meses robándoles vino, esta
vez fueron respetuosos y presentaron sus
condolencias. Quietitos estaban en ese velatorio aburrido hasta que de pronto
escucharon algo. Una vecina gorda le decía a una vecina flaca…
-Viste
las joyas de la china esta… ¿qué harán con ellas…?
-Son
las que trajeron de allá, decía la flaca, me dijeron que el chino las va a
mandar en el cajón, no quiere nada que le haga recordar a la finada…
-¿Y
porque no las vende? decía la vecina gorda…
-No…sostenía
la flaca…la religión se los prohíbe,
afirmaba sin saber un pomo de la cosa.
Los paraguayos quedaron helados… ¿las joyas
iban en el cajón?
Fue la china mayor a su descanso final en la
tierra, los días de a poco fueron tomando normalidad, volvieron a robar algunas
cosas del Súper pero ahora también le daban al salame picado fino. Juntaron algunos pesos haciendo changas que
dejaron a la mitad. Seguían gritándoles a las chicas del barrio “queremos petes” y seguían cobrando por
parte de novios, maridos y padres o tutores. Los canas seguían buscándolos para
meterlos adentro dos días y así hacer una mejor estadística y todo era tan
rutinario como siempre
Y un día, frente a las vías, lo decidieron.
-Está
enterrada con las joyas, es un laburito fácil, hay que cavar, nada mas…
-¿Nada
mas?... ¿y si nos agarran las almas?.Que te caguen a palos es una cosa, pero
que te engualichen, te roben el alma y que se quede ahí es muy diferente, ni en
pedo voy.
Abel lo miraba y se reía.
-Voy a
ir, vos también y no se habla mas.
Y no se habló más. Robaron una pala del galpón del vasco y una noche algo
nublada se fueron al cementerio. Saltaron una pared a medio caer y trataron de
recordar el lugar. Era fácil, la lapida estaba en chino y ellos habían ido al
entierro. Sabían como llegar.
Unos minutos después ,un par de esquives de
algún murciélago y dos cajas de vino, llegaron.
Se pelearon para no cavar…Ninguno quería
darle a la pala. Abel empezó decidido, mientras el otro miraba a todos lados
como esperando algo, pero nada pasaba. Solo el tiempo, algún gato y ningún alma
perdida.
De pronto el otro, que había agarrado la pala
después de recibir amablemente dos sopapos, dio con algo duro. Había llegado a
la tapa del ataúd. Eso le dio mas ganas, cavó con mas energía, olvidándose sus
miedos y recordando la flor dorada y roja que la china mayor solía llevar en la
solapa algunos días. Cavaba enérgicamente pensando…esa flor era de oro… ¿qué
mas habrá….?
Juntos sacaron el ataúd, lo rompieron a
palazos, saltaron la tapa y ahí la vieron, las manitos cruzadas, el olor a
cebolla y a podrido, el prendedor en la solapa del trajecito y un manojo de
joyas a los costados del cajón…Parecía ser mas de un kilo. ¿Cuánto valdría todo
eso?
En una bolsa de arpillera, cargaron todo,
abandonaron la pala, el cajón medio tambaleante en una montaña de tierra y
corrieron hacia la vía, hacia el día que parecía no llegar mas.
Un repentino terror los empujaba.
Llegaron al paredón medio caído y creyeron
ver a alguien, si era el cuidador entre los dos lo derribarían, pero no, no era
el cuidador.
Frente a la pared, con las manitos juntas y
ya sin su prendedor, la china mayor los esperaba.
En perfecto castellano les dijo.
-Devuélvanme
las joyas…..
Se pusieron blancos, se mearon, gritaron
inútilmente, se abrazaron un segundo y casi se infartan, con los ojos
hinchados aun así siguieron corriendo en otra dirección, ciegos de terror saltaron
la reja y se perdieron en la noche.
En la media luz del rancho de chapas, los
amigos se recuperaban. La bombita de 40 w hacia mas aterradora la experiencia
del recuerdo, se contaban repetidamente lo que ambos habían visto, necesitaban
confirmar del otro la imagen que los había asustado, las palabra que habían
oído, el olor que los había asqueado…Y confirmaron todo. Esa noche apenas durmieron.
Al otro día la tarea era conseguir quien
reviente las joyas, apenas conocían algunos lugares cerca de la estación donde
podrían darles algo, pero sabían que serian engañados, nada sabían de joyas.
Pero no importaba, lo que le dieran estaría bien y así salir de esa villa
horrible o al menos tener alguna guita para una mujer y un vino…Pero no sería
fácil.
Al caer la tarde se encaminaron a la
estación, hicieron dos cuadras y debajo de un árbol, alguien parecía
esperarlos. Un olor los alerto,
reconocían ese olor….
De pronto, saliendo de atrás del tronco
escucharon de nuevo esa voz…
-Quiero
mis joyas….
¡La china mayor!, de nuevo, pero mas podrida,
mas olorosa, con sus manos hacia ellos y gritándoles… ¡mis joyas!
Corrieron, pero fue inútil, en cada vuelta
estaba ella, la noche veía a dos paraguayos
desesperados huir entre las sombras, metiendo las patas en el barro,
cayéndose y al levantarse volver a ver el rostro de la China mayor con las
manos extendidas. El corazón parecía no resistir, perdieron la borrachera que
tenían en cada susto, en cada imagen de ella. Lloraban y corrían, gritaban pero
nadie parecía escucharlos, ni siquiera atinaron a revolear las joyas, cada
metro era inútil, en cada esquina se oía…quiero
mis joyas…Y ese olor...
Cada vez mas podrida, mas aterrador, la china mayor tomaba venganza…así de a poquito los fue guiando hacia un único
lugar…Ellos se metieron solos, a los gritos, pálidos, arrojando las joyas sobre
el mostrador de la comisaria , declarando nerviosos todo lo que habían hecho frente
a un cabo que los conocía. Señalaban a la calle, estiraban sus brazos….pero el
cabo, ni el sargento que llegó, veían algo. Solo ellos podían ver a la china
mayor, o lo que quedaba de ella, despedazada,
convertida en una carroña y con un solo musculo de la cara aun intacto y
firme para dibujar una helada sonrisa.
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