viernes, 17 de agosto de 2012

Entre los dedos.


Salió del bar con un olor rancio en la ropa. Un bar depresivo iluminado con tubos fluorescentes. Si bien no había visto un solo plato caliente, era claro que ahí se cocinaba algo. Tal vez la comida de los mozos o del gato. Un olor imperceptible se volvía contundente. Un golpecito de viento le tocó la cara, acercó la nariz a la ropa y le pareció que el olor era para siempre. Pero no era la campera lo que olía rancio. Un sanguchito de pan húmedo con una sospechosa feta de paleta empezaba a hacerle ruido en el estomago. ¿O sería el vino blanco, ese que el tipo saco de una damajuana verde? 
La calle estaba seca de ruidos. Un hombre a lo lejos hurgaba un tacho. Los adoquines brillaban como joyas bajo el rocío y la luna aun resistiendo el ataque de la modernidad. Su condena sería seguramente su futura desaparición bajo un capa de asfalto. La modernidad que siempre se cobra sus víctimas. 
Los miró con nostalgia, eran los mismos de hace 25 años, cuando Villa Crespo era tan distinto. La silla en la puerta, el termo en el suelo y el abuelo mirando los autos. El nenito en la bici con rueditas y al otro día sin rueditas y por la tarde un moretón en la pierna. 
Los mismos adoquines de su camino a casa después del Nacional, de su abrazo en la medianoche, de la carrera desenfrenada tropezando  hacia el zaguán de Lily. Los mismos que contemplaron ese beso perfecto por inesperado, la primera mirada a sus senos, su mano hurgando bajo la pollera, esa increíble nueva percepción de la humedad bajo el encaje nuevo y ese arañazo en el pecho difícil de explicar.
Y un dia…esa mirada de fuego y las palabras que no entiende. Ese amor que se fuga  entre  los dedos sin que pudiera hacer nada.
 Podrás haber leído muchos libros, le gritó, pero del amor no sabés nada…Se lo dijo casi sin mirarlo.
¿Pero que le faltaba saber?, ¿que era?
La máquina de pensar no se atrevía a sentir.
Y  se quedó así como ahora, encorvado e inmóvil, con ese mismo ardor en el estomago, los puños sobre el pecho, el morral atravesado de apuntes y la mirada en los adoquines brillantes.

Nunca mas la vio. Dicen que se la llevó un camionero sensible a otros destinos, inculto y mal vestido, gordo e ignorante de todo y de escasa conversación. Con aliento a mate amargo y mil kilómetros de historias.
Pero tal vez conteniendo algo que a él le faltaba.
Un corazón.