domingo, 25 de febrero de 2018

El pelotudo papa del mohicanito

Tiempo atras...
18 hs en el Coto de Banfield. 
Un nene de no mas de 6 años con un ridículo corte de pelo mohicano llora a mis espaldas.
 Lo miro y lo descubro solo, tiene las manos entrelazadas y cara de miedo. 
Me acuerdo cuando con 6 años me perdí en un enorme supermercado de la época que se llamaba Satélite. Era la génesis de los que hoy son los hipermercados. Me acerco al mohicanito y le pregunto que le pasa. 
Me perdí, no encuentro a mi papá, me dice llorando...
Intento calmarlo...No te asustes...lo llamamos por teléfono...
De chico a todos nos hacían recordar el numero de teléfono, la dirección, así pude un dia, con 5 años, escaparme del cole y llegar a casa gracias a la solidaridad de una desconcertada señora que iba a comprar el pan a la que le repetía Sarmiento 4125, Sarmiento 4125.
Pero volvamos al mohicanito...
Decime como se llama tu papa, le pregunto. Sorpresa en la cara del nene...me contesta...no se...
Un minuto después encontramos al pelotudo del padre que por supuesto le echo la culpa al pibito de su extravío.

sábado, 17 de febrero de 2018

Seguir corriendo

Hace algunos años me habían contratado para hacer un documental sobre las ruinas jesuíticas de Santa Maria, en Misiones. Allí, también había un cementerio donde por las noches algunos furtivos profanadores abrían las tapas de los ataúdes de los niños para robarles el último huesito del dedo. Según los lugareños, lo hacían para tallar allí la imagen de San La Muerte, patrón de la vida y con eso colgado al cuello se animaban a enfrentar cualquier cosa, desde un asalto a mano armada ( en cualquiera de los dos bandos), hasta una guerra como la de Malvinas. Era increíble ver todos los ataúdes abiertos, las tapas lejos, los cuerpos ya ausentes. Y por las noches, los ruidos que de allí venían. Pero eso será otra historia.
El asunto es que una tarde mientras esperaba una puesta de cámara me senté entre unas piedras y trate de escuchar. La selva, sus animales, el vaivén de lo árboles… el pasto crecer…. (?)… (Esto ultimo, imposible, ya lo sé).
Estaba en eso cuando al poco tiempo empecé a ser visitado por uno, dos, después tres y al rato docenas de lagartijas pequeñas que cada vez tomaban más coraje y se acercaban confiadamente. Las miraba y de pronto recordé la cualidad defensiva de estos bichos. Ya sabemos que son capaces de dejar sus colas si esta se aprisiona entre dos piedras, o si es sujeta por algún depredador, no hacen mas que soltarla.
Así continúan su carrera, así salvan su vida.
Y entonces imaginé cuantas veces hacemos esto en la vida.
Tener que dejar algo muy querido, una amor…un trabajo, una casa, un país.
Algo tan doloroso como para la lagartija dejar la cola.
Y todo por seguir avanzando, por seguir corriendo en la carrera interminable de la vida. Y como a ellas, que luego la cola les vuelve a crecer, a nosotros aquel amor perdido vuelve en otra forma, aquel amigo, aquel trabajo, volvemos a recuperarlo si supimos desprendernos a tiempo y no detener nuestra carrera.
Esas cosas tan dolorosas, que creemos que perdimos para siempre, finalmente, como la cola de la lagartija, se recuperan.
Por eso tal vez, algún día, una lagartija seria el tatuaje que elegiría.
Una que no se detenga y que siempre siga corriendo.
La imagen puede contener: una o varias personas y primer plano

domingo, 11 de febrero de 2018

Mariana del Bosque



Mariana.
Esa tarde en el bosque municipal la vi sola, contemplando un mapa. Tal vez buscando el sendero y hasta donde llegaría a través de el. Pase cerca de ella y note que intento sobre mi una mirada, algo rápida, sin mas intenciones que saber quienes andarían por ese bosque. Yo la mire mejor, me extraño que estuviera sola, pero hoy las cosas son así..
Nancy, Tito y yo teníamos un territorio de fantasías por delante. Imaginábamos escenas de cuentos infantiles que ocurrirían en ese bosque, ver a Caperucita en su combate final con el lobo, luchando por su vida, o los siete enanos buscando emboscar a cenicienta vaya a saber que que intenciones. O Jason, corriendo a los paseantes con la motosierra sin dientes que usa en las películas.. Y así llegamos a un lago...y nos sentamos en unos troncos a descansar.
Allí volvimos a ver a Mariana, ella, ya sin rodeos, se acerco directamente a nosotros a preguntarnos que había mas allá de ese lago, quería llegar a otro lago, el Escondido, y lo creía cercano...pero no era así. Le explicamos que de ir allí, debería volver caminando varios kilómetros hasta donde conseguir un colectivo que la devolviera a su hotel. Parecía decepcionada, pero eso no la desalentó a seguir conversando con nosotros, cada vez con mas confianza...lentamente...hasta que se sentó junto a nosotros sobre el pasto. Y allí se quedo.
Teníamos una compañera mas de viaje, una que andaba sola, que era abogada, que se había cansado de la ciudad y que deseaba mudarse a bariloche. Una compañera llena de dudas, las mismas que tuvimos cada uno de nosotros cuando decidimos radicarnos allí alguna vez, y en este grupo, dos de nosotros podríamos decirle que se siente llegar a un lugar bello, desconocido y a veces, solo a veces, poco amigable...
Mariana nos escuchaba con atención. Su decisión no era solo una estrategia laboral o ganas de vivir mejor...parecía que había algo mas...una necesidad de dejar a su familia y su trabajo, perder la soledad de las grandes ciudades, hacer amigos y ser feliz...Cuantas coincidencias..todos quisimos alguna vez cosas parecidas y que ocurrieran en ese paraíso.
Mariana nos preguntaba si eso...era posible.
Que responsabilidad...que respuesta seria la adecuada..? Aquella que incluye los pies en la tierra o aquella llena de idealismo?..
Creo que con Tito hicimos un mix de posibilidades...Una respuesta alentadora, una que le sirva para creer aun mas en sus proyectos.
Hablamos mucho, Mariana se fue acercando cada vez mas a Nancy que fue su confidente en esos 2 km que caminamos juntos, creo que no habria mejor persona en todo ese bosque que la escuchara con mas atención y calidez.
De pronto le dije...vamos a ir a un lugar que te va a encantar, nada sera igual en tu vida a partir de eso...venís con nosotros?
Y así terminamos en Bellevue, tomando un café, comiendo unas tortas, escuchándola y escuchándonos...formando un lazo efímero que un numero de whatapp de despedida no pudo consolidar..
Porque así son estas historias, breves, emotivas, contundentes...
que inician y se van..
Ojala sepamos algún día si Mariana pudo concretar su sueño de vivir en bariloche...
El mismo sueño que tuvimos nosotros tanto tiempo atrás...

sábado, 10 de febrero de 2018

De corsos y derrotas. Una historia de carnaval


No me gustan los corsos. 
Me gustaban antes, de chico. 
Corsos para ver chicas, bañarlas en espuma y molerlas a golpes con el machete hueco de plástico que apenas pesaba 20 gramos. Era lindo acorralarlas. Pero también que te acorralen. Esperar la venganza de parte de ellas. Sentir la espuma saliendote de las narices porque habías sido emboscado brillantemente. 
De hecho, nosotros también emboscábamos a ellas. Así era el corso del sur. 
Por la avenida Alsina, en Lomas de Zamora, de dos manos, por una transitaban las comparsas y por la otra los autos. Las comparsas eran, a la vista de hoy, patéticas. Aunque creo que no han cambiado mucho.
Tengo como esa dualidad de recuerdos de corsos entrañables pero con imágenes que me me parecen feas y ordinarias.
Una bipolaridad carnavalera.
En esa Av. Alsina íbamos esa noche a la caza de alguna señorita que como nosotros, también tuviera su machete listo. A pocos metros divisamos una que estaba sola, o con lo que parecían eran sus padres. De bermudas celeste y pelo rubio, tendría tal vez 12 o 13 años. 

Ya se estaba formando en su continente la chica, y ese continente parecía inexplorado. 
Se le notaban las montañas en progreso y también su bahía y hacia esos paisajes fuimos. Levantamos nuestro livianito machete y ella al vernos hizo lo mismo. Pero el de ella parecía diferente, mas opaco, no se traslucía, con un color mas amarillo. 
Ya estábamos ahí y el duelo estaba declarado pero cuando dimos los primeros golpes, la hija de mil contraatacó con un machete similar pero relleno de... ¡arena! 
Nos dio por la cabeza, por el lomo, por los brazos y todo ante la mirada aprobadora y sádica de quienes serian los padres de semejante monstruo.
Corrimos.
Ella no hizo lo mismo, se quedo mirándonos con sorna, con desprecio, con victoria.