sábado, 16 de febrero de 2013

Las ventanas rotas



Teoría de las ventanas rotas

 En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Phillip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio. 
Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser bandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron. 
En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto. 
Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Atribución en la que coinciden las posiciones ideológicas más conservadoras, (de derecha y de izquierda). 
Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto.
 El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre. 
¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo? 
No se trata de pobreza. 
Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales. 
Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional. 
En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la 'teoría de las ventanas rotas', misma que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores. Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen 'pequeñas faltas' (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves. 
Si los parques y otros espacios públicos deteriorados son progresivamente abandonados por la mayoría de la gente (que deja de salir de sus casas por temor a las pandillas), esos mismos espacios abandonados por la gente son progresivamente ocupados por los delincuentes.


Teoría de las ventanas rotas

 En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Phillip Zimbardorealizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en lacalle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejóen el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otroen Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticosabandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo deespecialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cadasitio.Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser bandalizado enpocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo loaprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron. En cambio el autoabandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Atribución en la quecoinciden las posiciones ideológicas más conservadoras, (de derecha y deizquierda). Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando elauto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba unasemana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil dePalo Alto.El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, laviolencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el delbarrio pobre.¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamenteseguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con lapsicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un autoabandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, dedespreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausenciade ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque quesufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actoscada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violenciairracional.En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaronla 'teoría de las ventanas rotas', misma que desde un punto de vistacriminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido,la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, prontoestarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro yesto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si secometen 'pequeñas faltas' (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite develocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entoncescomenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.Si los parques y otros espacios públicos deteriorados son progresivamenteabandonados por la mayoría de la gente (que deja de salir de sus casas por temor a las pandillas), esos mismos espacios abandonados por la gente sonprogresivamente ocupados por los delincuentes

domingo, 10 de febrero de 2013

Corsos y derrotas.


No me gustan los corsos. Me gustaban antes, de chico. Corsos para ver chicas, bañarlas en espuma y molerlas a golpes con el machete hueco de plástico que apenas pesaba 20 gramos. Era lindo acorralarlas. Pero también que te acorralen. Esperar la venganza de parte de ellas. Sentir la espuma saliendote de las narices porque habías sido emboscado brillantemente. De hecho, nosotros también emboscábamos a ellas.  Así era el corso del sur. Por la avenida Alsina, de dos manos, por una transitaban las comparsas y por la otra los autos. Las comparsas eran, a la vista de hoy, patéticas. Aunque creo que no han cambiado mucho. 
Tengo como esa dualidad de recuerdos de corsos entrañables pero con imágenes que me me parecen feas y ordinarias. 
Una bipolaridad carnavalera.
 En esa Av. Alsina íbamos esa noche a la caza de alguna señorita que como nosotros, también tuviera su machete listo. A pocos metros divisamos una que estaba sola, o con lo que parecían eran sus padres. De bermudas celeste y pelo rubio, tendría tal vez 12 o 13 años. Ya se estaba formando en su continente la chica, y ese continente parecía inexplorado. Se le notaban las montañas en progreso y también su bahía y hacia esos paisajes fuimos. Levantamos nuestro livianito machete y ella al vernos hizo lo mismo. Pero el de ella parecía diferente, mas opaco, no se traslucía, con un color mas amarillo. Ya estábamos ahí y el duelo estaba declarado pero  cuando dimos los primeros golpes, la hija de mil contraatacó con un machete similar pero relleno de... ¡arena! Nos dio por la cabeza, por el lomo, por los brazos y todo ante la mirada aprobadora y sádica de quienes serian los padres de semejante monstruo. 
Corrimos. 
Ella no hizo lo mismo, se quedo mirándonos con sorna, con desprecio, con victoria. 

sábado, 2 de febrero de 2013

Medico$ $A

Cuando éramos chicos todo se operaban de amígdalas. Al regreso de la intervención los privilegiados narraban unas anécdotas que nos hacían morir de envidia. Que habían llorado, que habían sentido miedo, no, de eso no hablaban. Solo de la cantidad de helados que habían tenido que tomar luego de la operación. Por aquellos años no teníamos idea cual era la propiedad terapéutica del helado en esos casos, pero los muy guachos nos hacían envidiar alardeando de las dosis gratuitas de helados servidas en el sanatorio. Sería cierto?
Con el tiempo creí que la frialdad de ese antiguo postre podría tener propiedades cicatrizantes, no se... ¿Para que carajo le daban helados?
Como sea, a la hora de aceptar la operación era un buen argumento para no protestar y acostarse solito en la mesa de operaciones.
Hoy los chicos ya no se operan de amígdalas. ¿Y porqué?
¿Es que acaso esos problemas ya no existen? Con que motivo los operaban, como convencían a las madres, es un misterio. A los chicos ya sabemos que con el helado.
Insisto, hoy nadie se opera de las amígdalas.
Otro curro interesante pero doloroso eran las plantillas para combatir el pie plano.
Malditos bastardos aquellos "profesionales", no había uno que te salvara de esos elementos de tortura. Eran marrones, duras, con protuberancias que nos obligaban a caminar como si estuviéramos recibiéndonos de fakir, a cambiar los zapatos por unos más grandes y a sufrir, sufrir...
Te hacían la paranoica. Úsalas nene, que se te van a deformar los pies...
Yo realmente las tiraba al carajo. No me las ponía. No me importaba si iba a quedar con los pies deformados para siempre, ya que ese parecía ser el resultado de ignorarlas. Y no me las puse, quedaron nuevitas, olvidadas por ahí. Hoy no tengo ninguna deformidad, camino varios Km. por día y nada me duele, no se me desvió la columna ni tengo dolores de ninguna clase. Y no veo gente deformada por el diagnostico de PIE PLANO, aquello por lo que intentaron obligarme a usar esas sádicas plantillas. Además hoy no conozco ningún chico que tenga que usarlas ni tampoco que se desprenda de sus amígdalas.
Y no hablemos de la apendicectomia. No conozco a nadie que se haya operado de apéndice en los últimos 25 años. Cuando tenia 18, nos operaban a todos, 3 en un mes y en el mismo policlinico.

Y saben porqué, porque el negocio se debe haber acabado. Hoy son otros los negocios. Te descubren hipertension y te la pintan de terror y te dan un remedio que vale 150 mangos cuando hay otros muy buenos a solo $40. O si es una cirujia te sugieren una prótesis importada, haciéndote dudar de la nacional y te dicen, no garantizo mi trabajo si no es una prótesis importada. Tiempo después el importador premiara al medico con el pasaje aereo a algún congreso lejano, así no es tan evidente y escandaloso el regalito. La extracción de amígdalas seguro que era una manera inocua de hacerse unos pesos a dividir entre cirujanos anestesistas y otros convidados con dudoso resultado. Hoy este tipo de operaciones innecesarias se siguen haciendo y se llaman cesáreas.
¿Saben cuantas madres se hacen cesáreas en hospitales públicos y cuantas en sanatorios privados?
Las de los hospitales públicos son bastante menos que la de los sanatorios. En los hospitales las cosas no son al pedo, se hace lo que es necesario, no hay recursos. En los sanatorios una cesárea dá de comer a varios, no hace daño, salvo esa horrible cicatriz, y se puede justificar fácilmente. Además la paga la prepaga y si no tenes la pagas vos. Es más, el efecto colateral de la cesárea lo arregla un cirujano plástico, y así sigue la cadena con mas guita para repartir.
Médico$...sus resultados se exponen al sol, sus errores los esconden bajo la tierra... dicen por ahi.