martes, 29 de abril de 2014

De mi infancia

La calesita de mi infancia quedaba en la placita Almagro. Un típica calesita de los 60 con caballitos que subían y bajaban, no había ni pitufos ni personajes de disney y menos alguno de los Simpsons. La común de aquellos años, unos caballitos, un barquito y linda musiquita. 
Y lo mejor...la sortija.
Ganarla era lo mas, un triunfo, un orgullo ante los demás y una vuelta gratis. Cuando no me bajaba del caballito después de finalizada la vuelta, con la sortija revoleandola entre los dedos, era la envidia del resto.
Un dia me di cuenta que en esa calesita algo no estaba bien. Mi mama, compraba algunos poco boletos y lo que creía mi habilidad extrema para sacarme la sortija me permitía girar y girar toda la tarde.
Seria yo tan capo para ganarme todas las sortijas...?
No, no lo era...
Ya de grande me entere que mi madre, joven y viuda, histeriqueba al calesitero para ligar todas las sortijas.
Hasta que el histeriqueo un dia cesò y también mis habilidades para conseguirlas.


Mi carnicero de la infancia era Dante. Un pibe que para mis 7 años era un gigante, un viejo, pero que hoy calculo, no tendría mas de 25 años. La particularidad de este carnicero era que ademas de vendernos las milanesas era el que me llevaba al colegio a la mañana. Cómo se llego a ese arreglo con mi mama, lo desconozco, supongo que ella le tiraria unos pesos. 
Dante solía llevarme de la mano al colegio, y esperar esa mano fría y llena de grasa, no me hacia muy feliz. La mano se resbalaba y tenia mal olor. Durante el tiempo que compartí con el las mañanas Dante se divertía haciéndome oler su mano grasosa con olor a chorizos a lo largo de todo el camino a la escuela. Hasta que mi mama rompió le contrato después de mis varias quejas..


Mi almacén de infancia era el de la Pupe. Si bien ella no era la dueña y simplemente era la nieta de la dueña, así lo llamábamos. El almacencito era pequeño, diminuto, acorde a esos tiempos donde había pocas marcas y nuestras elecciones las hacia el almacenero y no nosotros. Comprábamos lo que había.
La Pupe solía estar allí con sus casi 7 años, hinchando las pelotas a la gente, incluido a mi.
Teníamos con ella una relación amor odio, ya que alguna vez fuimos a la placita Almagro juntos y otras veces ni nos hablábamos. Todo termino una tarde que le estrelle la lata de tomates Inca en la espalda.
No volví a verla ni ir a lo de la Pupe.


Mi peluquero de la infancia estaba en Sarmiento y Medrano. Una típica peluquería de barrio de los 60. Había 3 sillones y 3 peluqueros que compartían el salon. Pero siempre vi a dos. Yo siempre me cortaba con el mismo, uno que hacia lo que quería con mi cabeza a pesar de las recomendaciones que mi madre me daba para que le transmitiera.. Pero había uno de los peluqueros al que le temía un poco. Cuando mi peluquero me cortaba, el solía acercarse a conversar con el y disimuladamente mostrarme su pija a través del guardapolvo abierto que usaba para su trabajo.

miércoles, 2 de abril de 2014

Ernesto del Monte.


Nos veíamos poco, apenas los fines de semana. Algunas veces caminando por Lomas, o apostado en la puerta de la galería Go-es, intentando saber cual seria el rumbo de ese sábado a la noche que se aproximaba. En la vidriera de la galería se amontonaban avisos de todas las fiestas posibles por la zona. Tal vez el Gascón tal vez el Lomas Athletic. Algún club de estos seria sin duda el elegido. 
Dije que nos veíamos poco, lo hacíamos mas que nada los sábados, donde la noche y las fiestas parecían el reino propio para pibes como nosotros que rondábamos los 20 años.
La guerra había comenzado y salir en esos sábados traía una carga de cuestiones que no podíamos resolver del todo. 
¿Estaba bien divertirse mientras en las islas la muerte acechaba?
Pibes como nosotros, pero con otros destinos, se entregaban al frío y al terror de una noche que parecería eterna.
Esos días no lo vi a Ernesto, la ultima vez había sido frente a la galería...y después ya no.
Una tarde lo volví a ver.
Una maldita tarde donde sus ojos se clavaron en los míos, en una mirada que no conocía..
La televisión mostraba una foto que no se parecía a el. Estaba de uniforme, mirando seriamente a la cámara.
Una voz monocorde me contaba que Ernesto había muerto. Así, casi sin emoción. Apenas como un aviso.
El mar estaba bravo ese día, mar gruesa dicen los marineros. La lancha patrullera Alférez Sobral partía en búsqueda de unos pilotos eyectados y que habían caído al mar.. Esa seria su misión durante la guerra, el rescate, el salvamento.
Eran las 22hs y el cabo segundo Ernesto del Monte junto a su comandante y otros compañeros cumplían su función en el puente de mando.
Pero la noche traería unas luces sangrientas. Luces que producen mas oscuridad, que traen lamentos e inexplicables acontecimientos. Las luces eran dos misiles Sea Skua, lanzados desde un helicóptero Lynx que impactan en su nave produciendo algunos heridos y varios daños, entre ellos, el de todo el sistema de comunicación.
Con un timón ademas dañado, la nave contesta el fuego, pero sin resultados.
Hacen silencio, las luces están inutilizadas. Las ametralladoras atentas saben que otro ataque es posible.
Veinte minutos después un misil similar al anterior destruye el puente de mando. El comandante de la nave, otros marinos y Ernesto mueren entre los hierros calientes, destrozados. La nave a duras penas regresa a puerto. Sin comunicación, sin abrigo, todo estaba mojado, con un incendio a bordo y sin cartas ni elementos de navegación. Pero aun con la bandera bien firme, izada en la pluma de popa.
Miré en la tele la foto de Ernesto. No sabía.
No sabía donde estaba, porqué no había vuelto a verlo. Nadie me dijo, jamas pregunte, era apenas otro pibe mas compartiendo la noche de las fiestas, de la musica disco, era un hola y chau....
Era un héroe y yo no lo sabia.
Se fue hace mas de 30 años, y aun hoy recuerdo esa mirada...
Ernesto.
Nos veíamos poco, apenas los fines de semana. Algunas veces caminando por Lomas, o apostado en la puerta de la galería Go-es, intentando saber cual seria el rumbo de ese sábado a la noche que se aproximaba. En la vidriera de la galería se amontonaban avisos de todas las fiestas posibles por la zona. Tal vez el Gascón tal vez el Lomas Athletic. Algún club de estos seria sin duda el elegido. Dije que nos veíamos poco, lo hacíamos mas que nada los sábados, donde la noche y las fiestas parecían el reino propio para  pibes como nosotros que rondábamos los 20 años.
La guerra había comenzado y salir en esos sábados traía una carga de cuestiones que no podíamos resolver del todo. ¿Estaba bien divertirse mientras en las islas la muerte acechaba? 
Pibes como nosotros, pero con otros destinos, se entregaban al frío y al terror de una noche que parecería eterna.
Esos días no lo vi a Ernesto, la ultima vez había sido frente a la galería...y después ya no.
Una tarde lo volví a ver.
Una maldita tarde donde sus ojos se clavaron en los míos, en una mirada que no conocía..
La televisión mostraba una foto que no se parecía a el. Estaba de uniforme, mirando seriamente a la cámara. 
Una voz monocorde me contaba que Ernesto había muerto. Así, casi sin emoción. Apenas como un aviso.
El mar estaba bravo ese día, mar gruesa dicen los marineros. La lancha patrullera Alférez Sobral partía en búsqueda de unos pilotos eyectados y que habían caído al mar.. Esa seria su misión durante la guerra, el rescate, el salvamento.
Eran las 22hs y el cabo segundo Ernesto del Monte junto a su comandante y otros compañeros cumplían su función en el puente de mando.
Pero la noche traería unas luces sangrientas. Luces que producen mas oscuridad, que traen lamentos e inexplicables acontecimientos. Las luces eran dos misiles Sea Skua, lanzados desde un helicóptero Lynx que impactan en su nave produciendo algunos heridos y varios daños, entre ellos, el de todo el sistema de comunicación. 
Con un timón ademas dañado, la nave contesta el fuego, pero sin resultados.
 Hacen silencio, las luces están inutilizadas. Las ametralladoras atentas saben que otro ataque es posible. 
Veinte minutos después un misil similar al anterior destruye el puente de mando. El comandante de la nave, otros marinos y Ernesto mueren entre los hierros calientes, destrozados. La nave a duras penas regresa a puerto. Sin comunicación, sin abrigo, todo estaba mojado, con un incendio a bordo y sin cartas ni elementos de navegación. Pero aun con la bandera bien firme, izada en la pluma de popa.
Miré en la tele la foto de Ernesto. No sabía. 
No sabía donde estaba, porqué no había vuelto a verlo. Nadie me dijo, jamas pregunte, era apenas otro pibe mas compartiendo la noche de las fiestas, de la musica disco, era un hola y chau....
Era un héroe y yo no lo sabia.
Se fue hace mas de 30 años, y aun hoy recuerdo esa mirada...