miércoles, 23 de enero de 2013

San Antonio

Si hay algo de lo cual los argentinos sabemos , es de pizzas. Todos tenemos nuestra favorita. Algunas con mas sofisticacion que otras, con mas glamour o menos, pero siempre sabemos adonde ir a la hora de comernos una. Habiendo tanta variedad, los especialistas son interminables. Media masa, finita, gruesa, al horno o a la parrilla. Acerrimos defensores o ácidos cuestionadores, todos podemos sugerir o condenar rápidamente. El inconsciente popular pone en el Olimpo de las pizzas a varios nombres. Algunos son los conocidos de siempre. Otros nos generan sorpresa. Una pizzeria de barrio, sin blasones ni nobleza, pude competir con la joyas pizzeriles de la Av Corrientes?. Pues parece que si. 
Una conversación con estos especialistas tiró un nombre ignoto sobre la mesa. Como todo un desafío, la mejor pizza del planeta y aledaños estaba en el sencillo y pintoresco barrio de Boedo. 
Boedo y Garay, esquina donde la pizzeria San Antonio enorgullecía al barrio. Un mito en progreso que quería reconocer por mi mismo. Fácil de llegar, hacia allí fuimos una noche de domingo. El local es el típico local esquinero y pizzeril. Luces bajo consumo, blancas que torturan, ruidosos comensales y destemplados ruidos de platos, vasos y cubiertos, papeles en el piso dándole un aspecto inmundo y mucha gente esperando para llevarse una. El el primer piso hay lugar, me dijo el mozo, sacándose una mesa mas para atender y yo alegre de escapar de ese kilombo hacia algún lugar mas silencioso. El primer piso estaba tranqui, un solo mozo de fuertes piernas y una mesa libre al lado de una ventana de donde huían los cables y conductos de un gigantesco aire acondicionado que estaba apagado. Nos sentamos y rápidamente vino el mosaico. Elegimos una clásica  jamón morrones y dos pepsi. Lo de la pepsi lo olvidaré.
Estábamos a punto de probar una pizza mística, en un barrio alejado del centro, con una aura de cosa para pocos y en un ambiente bullanguero. Como si esto fuera poco, a dos metros, Hernan Caire le contaba anécdotas de bailanta a su joven y pechugona acompañante. Un teñida rubiecita de esas que seguramente mueven el budín con raya los sábados a la tarde por América. Hernan, al que tenia frente a mi, me miraba. Buscaba tal vez que le bese los pies? 
Y de pronto se hizo la magia, la mano del mozo entró a cuadro como una estrella fugaz sin fugazzeta, iluminando nuestra mesa con el mito hecho realidad. Teníamos a centímetros una pizza de pizzeria San Antonio!!
La separe y la serví. A la vista se la veía poderosa, con mucho jamón berreta y aceitunas sin carozo. Era alta, muy alta. Una pizza crecidita, digamos. Y redonda. (Esta aclaración no esta de mas, porque hace poco me trajeron un cuadro en vez de una pizza). Le pegué una mordida y me pareció...rica...simplemente eso...rica y gorda...mazacotesca y mas decidida a impresionar por sus tamaño que por su sabor. Si, la masa era rica, pero esponjosa, fácil de comer para los sin dientes y mas acorde a 4 amigos que vienen de jugar un partido de paddle con ganas de comerse una vaca. A dos metros Hernan seguía contando alucinaciones bailanteras, se bajaba el solito un litrito de cerveza y escondía sus arrugas bajo la visera de una gorra wachiturresca. En mi mesa, la pizza desaparecía sin asombro, casi sin justicia. El mito se caía a pedazos. Si bien era rica, no alcanzaba a cubrir las expectativas que lo expertos te inyectan.
El precio no nos arruinó la noche, al contrario, bien acorde al lugar. La atención fue buena también. Si andas cerca, no te va a defraudar, pero por favor, no me la comparen con los monstruos sagrados de Corrientes. 
Si alguien tiene opiniones sobre pizzerias, este es el lugar para dejarlas. 

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