sábado, 17 de febrero de 2018

Seguir corriendo

Hace algunos años me habían contratado para hacer un documental sobre las ruinas jesuíticas de Santa Maria, en Misiones. Allí, también había un cementerio donde por las noches algunos furtivos profanadores abrían las tapas de los ataúdes de los niños para robarles el último huesito del dedo. Según los lugareños, lo hacían para tallar allí la imagen de San La Muerte, patrón de la vida y con eso colgado al cuello se animaban a enfrentar cualquier cosa, desde un asalto a mano armada ( en cualquiera de los dos bandos), hasta una guerra como la de Malvinas. Era increíble ver todos los ataúdes abiertos, las tapas lejos, los cuerpos ya ausentes. Y por las noches, los ruidos que de allí venían. Pero eso será otra historia.
El asunto es que una tarde mientras esperaba una puesta de cámara me senté entre unas piedras y trate de escuchar. La selva, sus animales, el vaivén de lo árboles… el pasto crecer…. (?)… (Esto ultimo, imposible, ya lo sé).
Estaba en eso cuando al poco tiempo empecé a ser visitado por uno, dos, después tres y al rato docenas de lagartijas pequeñas que cada vez tomaban más coraje y se acercaban confiadamente. Las miraba y de pronto recordé la cualidad defensiva de estos bichos. Ya sabemos que son capaces de dejar sus colas si esta se aprisiona entre dos piedras, o si es sujeta por algún depredador, no hacen mas que soltarla.
Así continúan su carrera, así salvan su vida.
Y entonces imaginé cuantas veces hacemos esto en la vida.
Tener que dejar algo muy querido, una amor…un trabajo, una casa, un país.
Algo tan doloroso como para la lagartija dejar la cola.
Y todo por seguir avanzando, por seguir corriendo en la carrera interminable de la vida. Y como a ellas, que luego la cola les vuelve a crecer, a nosotros aquel amor perdido vuelve en otra forma, aquel amigo, aquel trabajo, volvemos a recuperarlo si supimos desprendernos a tiempo y no detener nuestra carrera.
Esas cosas tan dolorosas, que creemos que perdimos para siempre, finalmente, como la cola de la lagartija, se recuperan.
Por eso tal vez, algún día, una lagartija seria el tatuaje que elegiría.
Una que no se detenga y que siempre siga corriendo.
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