martes, 19 de abril de 2011

Lucerinda, la Lonko, parte 2


Lucerinda ocupo su silla pegadita a la cocina. Como en un sencillo trono suele sentarse allí para hablar con quienes la visitan y ella acepta en su casa. No pareció sorprenderse cuando disparé algunas fotos o cuando Eduardo le pidió hacer una entrevista. Creí que la puesta de cámara la sobresaltaría, pero pareció cómoda. En la cocina de campo una olla albergaba un guiso que llenaba de perfume la casa. Eduardo terminó de preparar el set y sentándose frente a ella se dispuso a grabarla.
Comenzó allí una historia de arrebatos y maniobras oscuras. El despojo de 13 mil lanares hasta quedar solo 300, condenando a toda la comunidad a las penurias que llevarían en algún caso a la muerte; de frío, de hambre y de tristeza.
Los vecinos de entonces, a mediados del siglo XX, unos turcos con nombre y apellido y que aun acechan, pudieron con variadas maniobras ir adentrándose en los campos de la comunidad. Correr las alambradas durante la noche era solo una de esas maniobras, las otras contarían con la complicidad de las autoridades, para lograr así un despojo que llevo años corregir.
Los rastros del tiempo en la cara de Lucerinda comenzaban a llenarse de lágrimas. Las imágenes de ese entonces, los mismos fríos, los mismos terrores parecían asaltarla de nuevo.
Aquellos recuerdos que son como un territorio del que jamás podrían ser expulsados.
La voz de la Lonko temblaba a veces. No por eso perdía contundencia en el relato. Por la puerta abierta de la casa señalaba los árboles que se perdían en el horizonte y los llamaba de testigos. Ellos sabían que lo que contaba era cierto. Allí estaba la casa de mi padre, y mas allá la de otros. Parecía recordar claramente cada ubicación y cada pena.
Eduardo intentaba ayudarla a ordenar el relato pero no parecía necesario. Con una memoria que asombraba veíamos en sus ojos los campos arrasados, los animales muertos de frío, los gendarmes apretando, las tierras perdidas y la llegada esperanzada de una ley del anterior gobierno que les devolvió sus tierras.
De pronto nos paramos y cámara en mano Eduardo siguió a Lucerinda y a su hija hacia fuera. Abrigada y apoyada en el brazo de su hija y en un bastón, recorrió su jardín mostrándonos donde sucedían las historias que narraba. De pronto se detuvo y lanzó un mensaje a otra Lonko, una tal vez algo mas cuestionada, tal vez no tan aceptada por todos, pero a la que le debía algo y le quería agradecer. La destinataria era la presidente, quien siendo senadora voto una ley que permitió la restitución de unas tierras que quizás algunos aun dudan de su legitimidad. Es difícil a veces dar con la verdad. Otras voces, otras miradas pueden echar dudas a un reclamo por mas dolido que este sea... Tal vez falte mucho tiempo para saber si esos lugares fueron siempre de los mapuches o tal vez de los tehuelches, expulsados por los que hoy residen allí, en tiempos que la historia trata aún de aclarar.
El día seguía hacia una tarde bella en la estepa patagónica. Nuestro viaje debía seguir. Aun no sabíamos que íbamos a ser testigos de la carrera de otras liebres, del vuelo de algún cóndor y la estampa de un guanaco joven que se detuvo solo para ser filmado, como si fuera consciente de su arrebatada energía y belleza. En la parte de atrás de la 4x4 aun aguardaban varias cajas con 100 pares de coloridas zapatillas que llevábamos a la escuela de Chacay Huarruca.
Allí habían unos pibes que nos esperaban.
Y no íbamos a tardar.

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