martes, 2 de octubre de 2018

El viejo Haneck



El viejo Haneck sorprendía por su apellido. 
Y no porque viviera en el cerrito Runge en medio de una ramas y cuando la temperatura bajaba a -2 el tipo no tuviera ni un solo temblor. 
Un apellido reconocido en Bariloche y en el desubicado lugar de la miseria era toda una sorpresa. 
De rasgos surcados por mil tajos del tiempo, sus manos duras con un gesto, nos invitaban a pasar a... su casa...
Unas ramas sostenían apenas un naylon como toda protección. Su cama, unas maderas sobre patas de troncos, se cubría con coloridos trapos que ninguna persona podría ver como una frazada. No había paredes, solo cañas y arbolitos para domar el viento. Sus ojos eran vivaces, su cuerpo contraído, sus palabras difíciles de entender. Lo buscábamos porque alguien nos había dicho que el viejo Haneck vivía en ese cerro, en condiciones extremas. Ese día hacia frio y lloviznaba y nosotros bien abrigados nos avergonzábamos ante un viejo apenas cubierto de ropas que ya no lo parecían. 
¡Pero en verdad sobrevivía!
Y eso nos llamaba la atención.
¿Cómo vivir allí, como soportar a la intemperie? ¿Cómo durar...? ¿Para qué?
Cada tanto, como emulando la leyenda de Otto Meiling, solía bajar caminado al "pueblo" por alimentos, lo hacía arrastrando algo más que su bolsa. Pero este hombre jamás fue un pionero ni figurará en los libros de la historia local. 
¿Y porque el otro sí?
Tal vez porque con mejor suerte tenía una cabaña y era mas pintoresco el mito de que se bañaba con la nieve, tal vez porque en esos años, carentes de leyendas en una ciudad que recién comenzaba, este podría fácilmente convertirse en una.
No fue esta la suerte del viejo Haneck, quien con solo un apellido, descubrió que no alcanzaba. Que la vida lo sorprendió en una sola vida, de la que no se vuelve, la de la pobreza, el olvido, el abandono. 
El viejo Haneck, tal vez ya no esté, ya haya muerto, ya haya sido olvidado. 
Tal vez la historia, como la sociedad, también lo deposite en un costado de la nada. 
Tal vez fue feliz...?


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