miércoles, 12 de julio de 2017

El tranvia que cayo al riachuelo.

De chico era una de las historias que mas le pedía a mi padre que me contara. Tal vez por su dosis de misterio, por haber ocurrido de madrugada, por la presencia de un riachuelo que se veía negro y amenazador o tal vez porque solo se habían salvado cuatro.
La combi se maneja cómoda por las calles empedradas de Barracas, dobla en una calle que no conozco y de pronto tengo un presentimiento… ¿y si en vez del puente de siempre toma el puente Bosch?
Alguna vez lo había visto abierto, así, tan abierto como cuando en aquel 1930 dejó caer a la oscuridad del riachuelo a un tranvía con 56 personas que iban a trabajar. Jamás llego a Constitución, su destino final. La negra boca de una madrugada con niebla impidió ver que el puente estaba abierto.
La municipalidad había tomado la tarea de repararlo, ponerlo a funcionar, darle vida nuevamente a un puente signado por la tragedia e inútil desde hacia muchos años. Jamás había pasado por el, es mas, no tenia ni idea de cómo tomarlo ahora que las obras habían concluido y el puente estaba listo. La combi decidida fue internándose en el barrio, desconocido para mi, y la intuición se hizo certeza.
Esa madrugada el tranvía había salido de Lanus dicen algunos, de Temperley narran otros. Era el interno 75 de la línea 105 y llevaba 56 pasajeros. Su conductor era nuevo, un italiano joven que hacia su segundo viaje.
El puente se aproximaba y la niebla impedía ver que una lancha del otrora frigorífico La Negra estaba pasando. Y que el puente estaba abierto.
Los pasajeros y su conductor pudieron ver en el último segundo la proximidad de la tragedia. Pero ya era tarde, la velocidad que traía el tranvía lo hacia difícil de detener.
La combi ya no daba lugar a error. La vi con toda seguridad encarar el nuevo puente Bosch. Gris, impecable, firme, resistente, el viejo puente se plantaba con todo el peso de la tragedia olvidada sobre el cauce del riachuelo. No podía creerlo, allí estaba por primera vez, cruzándolo, recordando las palabras de mi padre, imaginando la caída de un tranvía y sus gritos, perdiéndose en el último latido de aquellos 56 muertos. En pocos segundos se abalanzaron hacia mi todas las imágenes que mi papa me iba transmitiendo. En cada una de sus palabras, mi imaginación infantil podía ponerle voces, gritos, chirridos y hasta podía sentir el ruido del tranvía hundiéndose en las aguas turbias de un riachuelo que siempre me dio temor.
Momentos que no viví, pero que creí reales a través de sus palabras.
Cuando dejamos el puente atrás tuve una extraña sensación, como de haber vuelto.
De haber llegado desde un último recuerdo de una triste historia, revivirla y comprenderla. Respetarla y lamentarla.
Solo 4 personas se salvaron aquella vez. La culpabilidad recayó en un primer momento en Juan Vescio, el conductor. Aunque luego se supo que los frenos del tranvía eran defectuosos. Fue el 12 de julio de 1930. La imagen puede contener: una o varias personas y exterior

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