domingo, 12 de agosto de 2018

Abducida.



El día estaba claro, atardecía y había una luz muy cálida y especial para tomar algunas fotos, pensaba esto mientras recogía algunas ramas pequeñas. A lo lejos se escuchaba unos trinos y algunos ruidos del viento que acariciaban las copas de los árboles agitándolos como en una marea.
Todo eso era natural, ella había aprendido a gozar con estos días luminosos cada 6 meses, cuando le daban esas ganas de ir al campo y hacer cosas como las que precisamente estaba haciendo… las ramitas.
La chimenea encendida le daba al comedor de la casa ese color de película, como salida de algún libro de los que había leído de chica. Tal vez Mujercitas, o alguno donde la familia se sentaba frente a la chimenea a leer en épocas donde internet no podía ni imaginarse.
Las ramas empezaban a pesarle en los brazos. Pero no eran suficientes, a pesar de que ya empezaban a dejarles marcas rojas. La camisa arremangada dejaba ver unos brazos fuertes, era una mujer entrenada, que se animaba a las profundidades de un mar agitado. Y planeaba como una sirena en los mares calmos.
Podía llevar sin esfuerzo un tanque de oxígeno de aluminio, liviano pero delicado, que se cuidaba de chocarlo contra los corales de Centroamérica, donde solía dar clases de buceo. Conocía todo tipo de peces,  una fauna desconocida para los que solamente conocemos la superficie del planeta. Podía distinguir cada animalito que se le acercaba, por colores, por formas… y compartir con sus alumnos cada descubrimiento. Barcos hundidos, formación de nuevos corales, algunos raros monumentos de piedra, plantas…casi todo lo conocía aunque sabía que el  mar siempre da novedades.
Y estaba atenta a todo ello.
Las ramas eran cada vez más. Algo finitas, arderían rápido y mañana debería salir de nuevo. Pero no le importaba, cada caminata era respirar los olores de un campo que conocía, que no daba novedades, un terreno en donde no tenía que hacer descubrimientos como lo hacía después de cada corriente marina. Un terreno  rodeado de una alambrada lejana, pero segura.
El peso la hacía tambalear…se sentía distinta, como cuando la mezcla de oxigeno de su tanque al bucear no fuera adecuada. Creyó que las ramas eran muchas y dolían en los brazos. La marca que dejaba era algo dolorosa, pero era un dolor distinto, suave, silencioso y tibio. No era para quejarse, pero la sensación estaba allí.
 Mientras caminaba ahora lo hacía sin rumbo,  no podía ver la casa,  ni reconocer el camino, ni las piedras, ni los arboles…
¿Se habría sentado  en el pasto a descansar? No estaba segura, pero vio que había caminado demasiado en una dirección distinta, ni siquiera parecía un campo de la provincia de Buenos Aires, ni sus olores, ni sus trinos.
Miró hacia el sol y se quedó ciega un instante…el color era raro…le daba  sobre su piel dándole un reflejo extraño y no brillaba. Uno de los brazos lo sentía raro, como si algo desconocido estuviera rozándolo, pero no había nadie, su brazo estaba tapado por las ramas. Alguien la miraba…alguien estaba allí…Sus ojos se cerraron y al abrirlos se sintió desmayar.
Que lindo día para unas fotos se dijo, miro las ramas que había recogido y creyó que eran suficiente. Apenas a unos 100 metros se vislumbraba la casa, brillante y colorida, con flores y ligustrinas y  esos techos verdes que siempre consideró el detalle justo de un estilo inglés que le gustaba.
Tiro la leña en un contenedor y miro sus antebrazos…sorprendentemente no tenían ninguna marca, las ramas no habían dejado mella salvo un raro tatuaje. Uno desconocido, nuevo, que cambiaba de forma según la luz. Mostraba unos raros animales, ignorados, nunca vistos, o tal vez no eran animales, ni eso era un tatuaje. Un dragón, un ciervo, un pez plateado…¿que había allí? Al volver a mirarlo ya no estaban y estaban otros, tan irreconocibles como los anteriores… ¿Los había visto alguna vez en esos mares, en esos campos??
No, jamás había visto animales semejantes…
Se refregó el brazo, el tatuaje no salía, se quedaba firme como desafiándola a recordar algo que no podía hacer. Una marca invasiva, no elegida y que  no podía borrar.
Se tapó rápido esa marca, las mangas de un suéter lo ocultaron hasta que de a poco y después de varios días se fue yendo, volviéndose con tonos pasteles. Ya no tenía el brillo del inicio, los animales apenas podían verse. El tiempo y sus lágrimas aterradas sobre él, fueron borrándolo.
Por la noche tiene sueños extraños, donde la observan, gente que no reconoce, que no identifica, que no recuerda y que duda de que sean realmente humanos.

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