sábado, 29 de junio de 2013

Dos paraguayos, una china y una tumba. Una historia que tal vez haya ocurrido

Los dos paraguayos se habían enterado del asunto por casualidad. Cosa rara, ya que eran torpes y algo lentos para entender  hasta las cosas mas sencillas, pero a cambio de eso poseían un espíritu de progreso que era único. Y no importaba como se llegaría a eso, no parecía importante de definir qué era progreso y cómo lograrlo, esas cosas no se cuestionaban frente a nadie y menos con un cartón de vino robado de la góndola del chino. Esa falta de reflexiones los habían llevado a varios errores nunca terminados de  pagar ni con algunos días en las cochambrosas cárceles de la comisaría cercana, o en alguna golpiza en las calles de barro, en manos de policías mas expeditivos para los cuales la justicia era una perdida de tiempo. Como un chirlo, así lo sentían los paraguayos a los bastonazos y golpes  que los canas le propinaban cada 2 o 3 meses, luego de ser  sorprendidos en alguna cosa rara.
Se habían enterado de pura suerte. Y esa idea les arrebataba la cabeza cada día mas. Los cartones de vino se sucedían acompañando planes y mas planes, pero no se animaban…les faltaba un ajuste, un poquito de coraje a la decisión que querían tomar. Una cosa era robarles las cajas de Talacasto, pero lo que intentaban hacer era impensable y jamás lo habían imaginado.
El barrio los conocía, los veía pasar abrazados, cantando Galopera a los gritos y prometiendo dinero a toda chica que se les cruzara a cambio de un pete.
-Dale...Le gritaba a la Isabel, un petisito y te doy 50 mangos…
Y así andaban hasta que un marido enojado o novio ofendido o directamente porque si, alguien los cagaba a trompadas. Eran flacos y desnutridos, eran fáciles para cualquier pelea.
Pero eran duros y parecía que los golpes no hacían mella, no temían, no se asustaban de nada, tal vez el vino, tal vez la inconsciencia. Ver su sangre no los preocupaba, a veces ni la notaban.
Una noche frente a la vía, tirando las cajas de vino para que el carguero las despedazara en medio de una explosión de aire contenido, se hicieron de nuevo aquella pregunta… ¿Y si  nos animamos?
Abel estaba decidido,  el otro no.  Ni loco entro de noche a ese lugar, insistía.  Después te persiguen para siempre.
Abel se reía de lo que consideraba una pelotudez, no creía en supersticiones a pesar de ser criado en una casa donde se temía al Luisón, pero él nunca le había dado importancia al asunto. Los hombres lobos no existen, y con esa certeza había molido a golpes a varios perros negros del barrio…
¿Sos el luisón...?  ¡A ver veni!,  les gritaba a los animales. Y acto seguido les partía el lomo con una vara de quebracho. Después se tomaba un vinito y se reía. Y al rato de eso, los dueños de los perros apaleados lo corrían por cuadras para fajarlo. Y siempre lo alcanzaban.
Era valiente el Abel, el otro era un cobarde.
Hacía varios días que no iban al chino. Planeaban el asunto lejos del lugar donde había salido la idea. Un súper chino en este barrio no era raro, empezaban a proliferar debido a que muchos de los vecinos cobraban planes y eso  los volvía  tentador para algunos comercios que se fueron afincando.
Una casa de empanadas, por ejemplo… ¿cuándo ibas a ver una casa de empanadas ahí?.¿Y un Laverrap? Bueno, aunque era poco creíble, había un Laverrap. Pero el Súper chino era la atracción, tenia botellas de fernet muy a la mano, y no tenia cámaras. A los paraguayos no les gustaba el fernet, solo el vino en caja. Y eso se robaban, ellos creían haber sido descubiertos varias veces pero nadie les había dicho nada, eso los envalentonaba, creían que la situación estaba dominada.
Un día al entrar al Súper chino los vieron a todos llorar. Chinos jóvenes, chinitos y chinitas, chinos viejos, toda la chinada llorando, todos menos una. La china mayor.
El chino marido se agarraba la cabeza con las manos. Decía cosas en un idioma imposible y los paraguayos, espectadores de todo eso se olvidaron de robarse los vinos atentos a la escena. No les costó mucho entender que  la china mayor había muerto fulminada por un ataque cardiaco…
-Es esa comida de mierda que comen le dijo Abel al otro… ¿no viste el olor que dejan...? Bueno, eso te debe freír el corazón
El velorio de la china mayor fue breve. Y los paraguayos luego de faltarles el respeto durante meses robándoles vino, esta vez fueron respetuosos y  presentaron sus condolencias. Quietitos estaban en ese velatorio aburrido hasta que de pronto escucharon algo. Una vecina gorda le decía a una vecina flaca…
-Viste las joyas de la china esta… ¿qué harán con ellas…?
-Son las que trajeron de allá, decía la flaca, me dijeron que el chino las va a mandar en el cajón, no quiere nada que le haga recordar a la finada…
-¿Y porque no las vende? decía la vecina gorda…
-No…sostenía la flaca…la religión se los prohíbe, afirmaba sin saber un pomo de la cosa.
Los paraguayos quedaron helados… ¿las joyas iban en el cajón?
Fue la china mayor a su descanso final en la tierra, los días de a poco fueron tomando normalidad, volvieron a robar algunas cosas del Súper pero ahora también le daban al salame picado fino.  Juntaron algunos pesos haciendo changas que dejaron a la mitad. Seguían gritándoles a las chicas del barrio “queremos petes” y seguían cobrando por parte de novios, maridos y padres o tutores. Los canas seguían buscándolos para meterlos adentro dos días y así hacer una mejor estadística y todo era tan rutinario como siempre
Y un día, frente a las vías, lo decidieron.
-Está enterrada con las joyas, es un laburito fácil, hay que cavar, nada mas…
-¿Nada mas?... ¿y si nos agarran las almas?.Que te caguen a palos es una cosa, pero que te engualichen, te roben el alma y que se quede ahí es muy diferente, ni en pedo voy.
Abel lo miraba y se reía.
-Voy a ir, vos también y no se habla mas.
Y no se habló más. Robaron una  pala del galpón del vasco y una noche algo nublada se fueron al cementerio. Saltaron una pared a medio caer y trataron de recordar el lugar. Era fácil, la lapida estaba en chino y ellos habían ido al entierro. Sabían como llegar.
Unos minutos después ,un par de esquives de algún murciélago y dos cajas de vino, llegaron.
Se pelearon para no cavar…Ninguno quería darle a la pala. Abel empezó decidido, mientras el otro miraba a todos lados como esperando algo, pero nada pasaba. Solo el tiempo, algún gato y ningún alma perdida.
De pronto el otro, que había agarrado la pala después de recibir amablemente dos sopapos, dio con algo duro. Había llegado a la tapa del ataúd. Eso le dio mas ganas, cavó con mas energía, olvidándose sus miedos y recordando la flor dorada y roja que la china mayor solía llevar en la solapa algunos días. Cavaba enérgicamente pensando…esa flor era de oro… ¿qué mas habrá….?
Juntos sacaron el ataúd, lo rompieron a palazos, saltaron la tapa y ahí la vieron, las manitos cruzadas, el olor a cebolla y a podrido, el prendedor en la solapa del trajecito y un manojo de joyas a los costados del cajón…Parecía ser mas de un kilo. ¿Cuánto valdría todo eso?
En una bolsa de arpillera, cargaron todo, abandonaron la pala, el cajón medio tambaleante en una montaña de tierra y corrieron hacia la vía, hacia el día que parecía no llegar mas.
Un repentino terror  los empujaba.
Llegaron al paredón medio caído y creyeron ver a alguien, si era el cuidador entre los dos lo derribarían, pero no, no era el cuidador.
Frente a la pared, con las manitos juntas y ya sin su prendedor, la china mayor los esperaba.
En perfecto castellano les dijo.
-Devuélvanme las joyas…..
Se pusieron blancos, se mearon,  gritaron  inútilmente, se abrazaron un segundo y casi se infartan, con los ojos hinchados aun así siguieron corriendo en otra dirección, ciegos de terror saltaron la reja y se perdieron en la noche.
En la media luz del rancho de chapas, los amigos se recuperaban. La bombita de 40 w hacia mas aterradora la experiencia del recuerdo, se contaban repetidamente lo que ambos habían visto, necesitaban confirmar del otro la imagen que los había asustado, las palabra que habían oído, el olor que los había asqueado…Y confirmaron todo.  Esa noche apenas durmieron.
Al otro día la tarea era conseguir quien reviente las joyas, apenas conocían algunos lugares cerca de la estación donde podrían darles algo, pero sabían que serian engañados, nada sabían de joyas. Pero no importaba, lo que le dieran estaría bien y así salir de esa villa horrible o al menos tener alguna guita para una mujer y un vino…Pero no sería fácil.
Al caer la tarde se encaminaron a la estación, hicieron dos cuadras y debajo de un árbol, alguien parecía esperarlos. Un olor  los alerto, reconocían ese olor….
De pronto, saliendo de atrás del tronco escucharon de nuevo esa voz…
-Quiero mis joyas….
¡La china mayor!, de nuevo, pero mas podrida, mas olorosa, con sus manos hacia ellos y gritándoles… ¡mis joyas!
Corrieron, pero fue inútil, en cada vuelta estaba ella, la noche veía a dos paraguayos  desesperados huir entre las sombras, metiendo las patas en el barro, cayéndose y al levantarse volver a ver el rostro de la China mayor con las manos extendidas. El corazón parecía no resistir, perdieron la borrachera que tenían en cada susto, en cada imagen de ella. Lloraban y corrían, gritaban pero nadie parecía escucharlos, ni siquiera atinaron a revolear las joyas, cada metro era inútil, en cada esquina se oía…quiero mis joyas…Y ese olor...

Cada vez mas podrida, mas aterrador,  la china mayor tomaba venganza…así  de a poquito los fue guiando hacia un único lugar…Ellos se metieron solos, a los gritos, pálidos, arrojando las joyas sobre el mostrador de la comisaria , declarando nerviosos todo lo que habían hecho frente a un cabo que los conocía. Señalaban a la calle, estiraban sus brazos….pero el cabo, ni el sargento que llegó, veían algo. Solo ellos podían ver a la china mayor, o lo que quedaba de ella, despedazada,  convertida en una carroña y con un solo musculo de la cara aun intacto y firme para dibujar una helada sonrisa.

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