Agita el cabello una vez y espera que caiga algo. Se mira las manos y no encuentra nada. Los piojos casi no se ven y si alguno apareciera en su mano saltarían lejos al segundo, pero no, no hay nada y en el peine solo unos deshilachados cabellos están enredados.
Si no son piojos, ¿porque me pican tanto?, piensa.
Termina de mirar por novena vez la musculosa blanca y sigue sin considerarla efectiva.
Apenas algo sensual le dijeron, nada de exageraciones.
Mirando la ropa sobre la cama, desplegada como en una venta a domicilio, aun no puede olvidar el traje de cajera del hiper, esa pollerita verde, esa camisita berreta y esa manera de sentarse con las piernas bien abiertas, para llamar la atención de cualquiera que quisiera verla. Total para lo que ganaba, que podía significar perder el laburo por mostrarse un poquito, nada.
El espejo aun empañado devolvía sombras. Un manotazo y algo mejor se pudo ver. Su cara era adolescente y también era falsa ya que tenía algo más de 25 y la adolescencia había quedado lejos a fuerza de años y penas. Una arrugada alma confrontaba la cara tersa cuando las noches largas la hacían dar mil vueltas en la cama en esa habitación deprimente alumbrada por una depresiva bombita pelada de 40 w.
Para que insistir. La caja no es lo mío, y este nuevo laburo tampoco, pero la Negra dice que le va bien, son pocas horas, un ambiente agradable en Belgrano y casi nada de controles. Nada que ver con los miles de ojos que te vigilan en el hiper, más las cámaras, más los clientes.
Malditos clientes, reconcha malditos clientes.
Aun le ardían los oídos y la bronca la tensaba recordando ese gordo infame que al mirarle la profundidad de sus piernas creyó necesario insinuarle algo que no le gustó. Una guarrada que apenas entendió pero que sí comprendió. Un meterse en su vagina para lamerle los ovarios. ¿Era eso lo que le había dicho?
Bueh, ni importa, algo así. Pero cuando ella lo mandó a la renegrida vulva de su madre el tipo empezó a gritar diciendo que la cajera, Srta. Anita Mastronardi le había faltado el respeto al negarle bolsas para llevar las 4 boludeces que compraba.
Sr.…., yo no le negué nada y además UD…….
LA supervisora que nada sabe de profundidades de piernas y menos de dignidad, en este caso arrendada a una multinacional, trato de calmar al viejo regañándola delante de todos. El cliente siempre tiene razón.
Mientras lo hacia Anita cerraba las piernas lentamente, como si el jueguito ya no resultara divertido.
Su primera falta de disciplina.
Y porqué, eh? Si yo no tuve nada que ver.
Comenzó a cepillarse el pelo, ya no en cacería de piojos sino para dejarlo un poco mejor. Todavía sin nada a la vista para ponerse, su cuerpo desnudo se reflejaba en el espejo ahora limpio. Aun podía mantener erguidas esas tetas, el culo duro y un cavado total que le costo mucho aguantar. Pero valía la pena, ahora sí, si no contamos el alma, parecía una adolescente, y aun menos, parecía una nena así toda depilada.
El peinado listo y el pensamiento alerta. Como serían estos clientes. Unos maleducados, unos señores, ¡¿unos hijos de puta?! Seguro que todo eso junto; cuando es diferente eh?
Se miró en el espejo y lo que vio le gustó, aun conservaba la cintura y las tetas le traían, al verlas, lindos recuerdos de histerias pasadas. Un toque apenas, una erección y me voy, “no creo que me gustes lo suficiente…” y así los dejaba como nadie puede dejar a una persona.
¿Dos, tres, veinte veces? ¿Cuantas lo había hecho?
Pero no siempre salía bien, todavía recordaba medio furiosa, medio conforme, el episodio de Luis. Este no era un pelotudito de esos que ganaba en los bailes, este era un tipo algo más grande. No un winner, ni tampoco un viejo pinton con auto caro. Apenas un bancario separado después de 20 años de casado que había decidido, como ella, olvidar las penas en esa disco de Quilmes.
Ese día su escote lanzaba fuego. Un bronceado apurado lo volvía rojo pero aun apetecible. Y la fuerza de la costura haciendo una v entre las dos muchachas le producía un ardor difícil de tolerar. Pero no importaba, ahí estaba para seducir, dejar tocarse el culo una vez y disparar.
Luis sintió al verla el mismo fuego que salía de sus tetas, pero en su entrepierna.
Se arrimó con el vaso en la mano, tal vez rememorando viejas épocas en Walhalla, donde solía ganarse mucamas que después imaginaba chicas del Barker con las que colmaba de relatos la mesa del domingo a la tarde en Café Paris. “Que ganador este pibe Luis….” le gustaba escuchar eso.
Anita lo vio acercarse no como una fiera, sino como un rinoceronte. Hay que reconocer que Luis estaba fuera de forma. Ya no tenía ese andar de play boy sino algo de torpeza. Aun así, ella, intuitiva, lo espero dándole levemente la espalda. Ya lo tenia calado y que buen candidato era. Algo más de 40, buena ropa, aunque en la oscuridad de la noche la ropa de Chemea parece buena, y traía además el aspecto de tener varias cosas resueltas. Como los tragos que pensaba pedirle.
Hablaron tonterías, algunas palabras de ascensor y el buscó rápidamente el roce.
La separación, mejor dicho el abandono, lo había hecho perder algo de técnica. Andaba apurado, y no era para menos, las tetas de Anita no se merecían esperar las manos hábiles de Luis.
La noche avanzó veloz. Casi no se dieron cuenta que la cosa terminaba, se habían tomado varios tragos largos cada uno y Luis ya no tenia ni dinero ni paciencia. Tomándola del brazo la sacó para el estacionamiento y una segura Anita se dejo llevar. No sería difícil, irían al auto, se dejaría tocar un poco y después, sin más ni más, lanzaría….”creo que no me gustas lo suficiente…” y se haría llevar hasta una remiseria.
Total el tipo parecía un caballero.
Pero no lo era. Ya en el auto y al segundo intento de convertir la v en cualquier otra letra y no lograrlo, Luis perdió la calma. Ya tenia suficientes desplantes, su mujer se había ido con vaya a saber quien y su ego maltrecho canjeaba emoción por agresión.
Ah, ¿no querés…?
La primera entró crujiendo. El auto busco una salida para la costanera de Quilmes y rápidamente la encontró. Amparado por la oscuridad perfecta la bajó a empujones mientras ella decía…pará, loco…!
No había nada que decir, ¡eso no se le hace al ganador de Café Paris, al recién abandonado, al boludo que te pago 4 tragos hija de puta….!
Entraron al muelle y nadie estaba cerca, quien oiría los gritos si Luis la violaba. Vencida se dejo llevar. Unas escaleras frente a la pileta no eran el lugar más adecuado, pero a Luis no le importó.
Ya vas a ver histérica de mierda,… ¡que te crees que soy uno de esos pendejos que calentás al pedo!..., le gritaba mientras tomándola de la cabeza la agachaba hasta hacerla arrodillar. La otra mano destrozaba el cierre del pantalón y Anita se encontró entonces con la pija mas grande que había visto jamás. Aunque no había visto muchas, esta parecía bien grande.
La mano entrelazada en los cabellos empujó la cara de Anita hacia ese pedazo ya erecto y Anita por reflejo tal vez, o no lo sabremos nunca, abrió la boca.
Y la tuvo que tragar entera.
Se ahogaba, le faltaba el aire, se moría…… ¡Anita moriría ahogada!
La mano en su cabeza ya era una garra, tironeando sus cabellos le hacia engullir todo mientras Luis gritaba,.. Mirá la pija que tengo y esa hija de puta me fue a dejar…. donde va a conseguir una pija así, ¿eh??
Te gusta Anita, trola del orto, te gusta, ¿no?
Anita estaba muy lejos de saber si le gustaba o no. Apenas podía seguir respirando y rogaba que aquello terminara pronto.
Imposible saber cuanto tiempo llevaba succionándole el pene a este loco. A veces escupía saliva y aprovechaba para tomar aire, pero cuando aflojaba la presión, Luis volvía a asirla fuertemente con los dedos empujando su cara hasta que la punta de su miembro se perdía en su garganta. Extrañamente no estaba muy asustada, pero tampoco muy cómoda. El desconocido podía asesinarla después en estos escalones oscuros, o golpearla y robarla. Cualquier cosa era peor que estar haciendo eso. Solo algo la molestaba…el sabor…
Terminá de una vez hijo de puta, rogó Anita.
Para qué...
Dos temblores anunciaron el desastre. Luis arqueó la espalda y frunciendo la cara hasta deformarse despidió un chorro caliente e interminable que llevo a Anita a la casi asfixia. Tenia la pija entera adentro, hasta los huevos. Logro sacársela de la boca y los restos del semen de Luis se derramaban por la comisura de los labios.
Toda su cara terminó cubierta. Los ojos le ardían. Luego una tos nerviosa le devolvió el aire y Anita creyó que esta vez se salvaba.
Luis se relajó un momento y fue la oportunidad para escapar. Se levantó como pudo y casi sin ver a causa de los fluidos de Luis, corrió hacia la calle. Con una manga se limpiaba la cara y corría, mientras Luis le gritaba algo sobre lecciones aprendidas y cuan grande la tenía.
Llego a su casa avergonzada, sucia, contrariada pero también caliente.
No se duchó.
Luego de masturbarse frenéticamente se fue a dormir.
1 comentario:
Me parecíó innecesario el detalle de las marcas.
Los relatos comienzan con una buena dosis de inquietante curiosidad, luego de desvanecen con un final cotidiano que me recuerda las historias de fierro, la revista.
Seria bueno encontrar un dibujante para estas narraciones urbanas.
Roqui
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