lunes, 26 de marzo de 2007
Susana R.
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Por aquellos años yo estudiaba turismo. Entre las alumnas había una morocha con rasgos bien del norte. Y este comentario lo hago solo para que se pueda notar la sorpresa que me dio cuando me entere que esa chica callada y muy bonita era la hija de Edmundo Rivero.
No se parecía en nada. Inútilmente le miraba las manos y nada, la observaba de cerca y nada, no podía encontrar para nada el parecido. Además adoptaba todo el tiempo una actitud lejana y solitaria.
El resto de la clase no sabía bien que pensar de ella, y cuando se corrió el rumor de su padre famoso, el mismo no ayudo tampoco a que nos acercáramos naturalmente como lo hacia el resto del grupo entre si.
No había caso, Susana era una chica especial. Parecía no pertenecer y no le importaba quedar afuera. Tampoco le veíamos muy entusiasmada con las clases aunque cada vez que se decidía a opinar hacíamos un silencio para al menos intentar conocer de esa forma a nuestra callada compañera.
Por alguna causa que desconozco nos fuimos acercando. De a poco nos fuimos conociendo aunque ella jamás me permitió entrar plenamente en su vida. Tal vez una decisión o tal vez el poco tiempo que transcurrió de nuestra amistad. Aun así compartimos salidas a bares de Belgrano, algunas visitas a su casa y muy poco de la carrera que cursábamos.
Así fui conociendo a la hija del cantor, una chica adoptada que parecía triste e incomoda en una casa que debía ser la suya.
Susana cantaba, lo hacia bien. También era muy inteligente y muchas veces reservada. Lo poco que supe de su vida no me fue necesario imaginarlo. Ella misma me lo contó. Una infancia muy querida por Leonel, así había que llamarlo por teléfono a su papa famoso, pero no parecía tan feliz con el resto de la familia.
Un día, después de una jarra de clericó que me retó a terminar, me dijo..."el día que mi papa se muera, yo me mato...”
Quede sorprendido. No parecía acorde el comentario con esa chica fuerte, de personalidad firme que estaba conociendo.
Entonces la note triste y débil, tal vez dolida por algo o adivinando que esa felicidad al lado de su padre podría desaparecer simplemente.
La charla siguió largo rato sobre el tema. La jara de clericó se terminó y cada uno se fue por su lado. Susana a una fiesta y yo a mi casa.
Un enero el padre de Susana murió. Yo pensé inmediatamente en esa charla que habíamos tenido. Pero me despreocupe. Susana no sería capaz.
Paso largo rato hasta que supe algo de ella. Fue en el tren, llegando a Lomas cuando un hombre abrió Crónica y allí estaba el titular.
Susana Rivero se había suicidado.
Me paralicé. Comencé a recordar todo lo que habíamos conversado y todo lo que dejamos para después, tantas cosas que no nos dijimos y cuantas se dijeron que no supe darle el valor que tenían. Donde había quedado el deseo de cantar de Susana, de viajar y de hacer tantas cosas que proyectaba en aquellas mesas de Belgrano.
Fui a su velorio. Tal vez porque no lo creía. Tal vez porque la muerte debió esquivarla y sin embargo supo como encontrarla. Atada a una promesa en aquel bar..."si mi papa se muere........"
Tiempo después me encontré con una de sus mejores amigas. Y ella me contó.
Fue en una fiesta. Susana sentada en un sillón, y de pronto como sonámbula se levanto y encaro para el balcón. Levanto una pierna, luego la otra y después, sin que nadie pudiera reaccionar, saltó.
Solo un piso.
Un primer piso y fue suficiente.
Esta historia final de Susana tal vez tenga imprecisiones. Quizás no importe. Lo único que tal vez importe es el dolor de una chica que a la muerte del gran cantor se sintió abandonada de padre, tal vez se creyó indefensa, ya no tan querida, sola en su propio hogar. Tal vez quiso volver a verlo cantar o abrazarse a el allá arriba.
Por Susana conocí a Edmundo, y sí era un gran tipo.
Y la quería mucho.
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