Hay tantos lugares en nuestro país que por no estar bendecidos por el turismo permanecen alejados de nuestras intenciones de ser visitados. Pero no por eso el deseo de aquellos habitantes de compartir con el viajante sus lugares, su amabilidad y sus historias. Por eso, en esta oportunidad y si se me permite, les hablaré de Rojas, provincia de Buenos Aires. Esta pequeña ciudad se encuentra al noroeste del la provincia, cerca de Junín y a 220 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Pero es bueno que para darle un prólogo a lo que relataré, les comente las circunstancias que me hicieron llegar allí. A veces hago algunos trabajos relacionados a la producción de cine. Una importante productora de capital me había encomendado
una tarea hermosa. Esta era recorrer 3 localidades del interior buscando historias que sirvieran para la publicidad de un importante agroquímico. La compañía buscaba una relato alejado de los manuales y que de alguna manera sirviera para mostrarle al resto del país un hecho pintoresco de las ciudades que visitaría.Mi primera ciudad fue Rojas. Al llegar, quien esta acostumbrado a vivir en una gran urbe se encuentra un poco raro con sus ritmos, sus calles tranquilas, el saludo de desconocidos como así también a sus miradas escrutadoras, las que nunca llevan implícita nada más que el deseo de saber quiénes son los recién llegados. Y los recién llegados éramos el director del film, un camarógrafo y quien escribe esto. Luego de andar un largo rato sin encontrar alojamiento y hallarlo a 100 Km. de allí, comenzamos nuestro scouting de historias. La ciudad entonces se abrió como una flor. Las voces se hicieron escuchar desde todos lados y los relatos comenzaron a llegar permitiéndonos
conocer episodios tal vez olvidados, extraños y sentimentales, pero siempre muy descriptivos de ese espíritu pueblerino que aprendíamos a conocer. Periodistas, funcionarios, vecinos, todos tenían algo para contar y nosotros, atentos como nunca, abríamos nuestros oídos. Así llegó a nosotros la historia que compartiré con ustedes...
En una zona cercana a la ciudad de Rojas vivía una familia de muy buen pasar económico cuya fortuna era producida por la explotación de varios campos. Estos le permitían a sus dueños llevar una vida cómoda pero de trabajo. Tanto era así que el joven hijo del terrateniente araba la tierra junto a los peones todas las mañanas subido a su viejo tractor. Pero en estos campos no había solo un sembradío. No muy lejos de allí se alzaba un rancho. Era una humilde escuela de campo que recortaba su silueta en un horizonte siempre cercano. Porque por más que la escuela quedara a unos kilómetros de las casas donde vivía nuestro joven de la historia,
ésta parecía estar más cerca que nunca. Todo porque la maestra de aquel lugar había logrado conquistar el corazón de nuestro muchacho. Y la cosa era recíproca. Pero como en toda historia de amor que merezca ser recordada no todo eran flores. Aquella muchacha estaba muy lejos de ser la candidata ideal para el hijo del terrateniente. Los padres ya habían puesto los ojos en otra señorita más acorde al linaje de nuestro protagonista. Pero cuando el amor nos golpea la puerta, también después nos golpea el corazón. Y la cosa no iba a quedar así. Pero ¿cómo hacer? ¿Cómo mantener aquel romance prohibido por unos padres conservadores que de amor seguramente sabrían muy poco? Y el muchacho, tímido pero decidido, desafiante pero creativo, descubrió una manera eficaz de llevar adelante lo que su corazón le dictaba. Entonces, al final del día, antes de que el sol invitara a la noche a pasar, el muchacho detenía el ronronear de su tractor, sacaba de debajo del
asiento un viejo guardapolvo y con el ataviado se encaminaba a la escuela a buscar a su maestra. La tardecita encontraba entonces a una “seño” y a su alumno atravesando el horizonte, apenas rozándose las manos, en dirección a algún lugar lejos de los designios paternos y más cercanos a los impulsos de un joven e irrefrenable amor. De ellos no supe mucho más. Mi fuente, una mujer ya mayor, recordaba todo el episodio pero no pudo asegurarme si finalmente comieron perdices o si triunfó el deseo del padre. Como sea, esta historia nos habla de algo más, nos dice que a veces los sueños afinan nuestra imaginación y nada está perdido mientras nos guíen aquellos latidos que seguramente escucharemos muy pocas veces en nuestras vidas.¿Latidos que habremos olvidado, tal vez?
Pero que historias así permiten reencontrarlos.
una tarea hermosa. Esta era recorrer 3 localidades del interior buscando historias que sirvieran para la publicidad de un importante agroquímico. La compañía buscaba una relato alejado de los manuales y que de alguna manera sirviera para mostrarle al resto del país un hecho pintoresco de las ciudades que visitaría.Mi primera ciudad fue Rojas. Al llegar, quien esta acostumbrado a vivir en una gran urbe se encuentra un poco raro con sus ritmos, sus calles tranquilas, el saludo de desconocidos como así también a sus miradas escrutadoras, las que nunca llevan implícita nada más que el deseo de saber quiénes son los recién llegados. Y los recién llegados éramos el director del film, un camarógrafo y quien escribe esto. Luego de andar un largo rato sin encontrar alojamiento y hallarlo a 100 Km. de allí, comenzamos nuestro scouting de historias. La ciudad entonces se abrió como una flor. Las voces se hicieron escuchar desde todos lados y los relatos comenzaron a llegar permitiéndonos
conocer episodios tal vez olvidados, extraños y sentimentales, pero siempre muy descriptivos de ese espíritu pueblerino que aprendíamos a conocer. Periodistas, funcionarios, vecinos, todos tenían algo para contar y nosotros, atentos como nunca, abríamos nuestros oídos. Así llegó a nosotros la historia que compartiré con ustedes...
En una zona cercana a la ciudad de Rojas vivía una familia de muy buen pasar económico cuya fortuna era producida por la explotación de varios campos. Estos le permitían a sus dueños llevar una vida cómoda pero de trabajo. Tanto era así que el joven hijo del terrateniente araba la tierra junto a los peones todas las mañanas subido a su viejo tractor. Pero en estos campos no había solo un sembradío. No muy lejos de allí se alzaba un rancho. Era una humilde escuela de campo que recortaba su silueta en un horizonte siempre cercano. Porque por más que la escuela quedara a unos kilómetros de las casas donde vivía nuestro joven de la historia,
ésta parecía estar más cerca que nunca. Todo porque la maestra de aquel lugar había logrado conquistar el corazón de nuestro muchacho. Y la cosa era recíproca. Pero como en toda historia de amor que merezca ser recordada no todo eran flores. Aquella muchacha estaba muy lejos de ser la candidata ideal para el hijo del terrateniente. Los padres ya habían puesto los ojos en otra señorita más acorde al linaje de nuestro protagonista. Pero cuando el amor nos golpea la puerta, también después nos golpea el corazón. Y la cosa no iba a quedar así. Pero ¿cómo hacer? ¿Cómo mantener aquel romance prohibido por unos padres conservadores que de amor seguramente sabrían muy poco? Y el muchacho, tímido pero decidido, desafiante pero creativo, descubrió una manera eficaz de llevar adelante lo que su corazón le dictaba. Entonces, al final del día, antes de que el sol invitara a la noche a pasar, el muchacho detenía el ronronear de su tractor, sacaba de debajo del
asiento un viejo guardapolvo y con el ataviado se encaminaba a la escuela a buscar a su maestra. La tardecita encontraba entonces a una “seño” y a su alumno atravesando el horizonte, apenas rozándose las manos, en dirección a algún lugar lejos de los designios paternos y más cercanos a los impulsos de un joven e irrefrenable amor. De ellos no supe mucho más. Mi fuente, una mujer ya mayor, recordaba todo el episodio pero no pudo asegurarme si finalmente comieron perdices o si triunfó el deseo del padre. Como sea, esta historia nos habla de algo más, nos dice que a veces los sueños afinan nuestra imaginación y nada está perdido mientras nos guíen aquellos latidos que seguramente escucharemos muy pocas veces en nuestras vidas.¿Latidos que habremos olvidado, tal vez?
Pero que historias así permiten reencontrarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario