viernes, 25 de enero de 2008

Un desaforado monologo de sangre

Por Juan Pablo Melizza

No hay tiempo siquiera para despreciar la vida: con el amor disuelto, no hay fragmentos que construyan el odio…Limbo, miedo, y algunas disoluciones más.
El auto corre, acelera liviano, rumbo a la fuerza destructora de una curva colapsada y repleta de velocidades nerviosas.
Se vive a una rapidez que provoca un disturbio, un relato esquizofrénico de historias truncas que se aferran a un caleidoscopio que juega con el tiempo, el tiempo utilitario que obedece a traducciones que hacen de la vida una edad descartable, un cúmulo de horas en las que ser un práctico consumidor de necesidades efímeras, el tiempo de las esclavitudes canceladas por eufemismos que las reviven, el tiempo de una libertad conducida, por “cauce seguro”, al arte cotidiano de sobrevivir ignorando las dignidades latentes, el tiempo desalmado de las máscaras que hacen del dolor una mueca invisible, el tiempo de las fronteras que separan a los que viven de “los que sobran…”
Se grita para nacer en un desaforado monólogo de la sangre. Los cuerpos estallan en la locura de las rutas, los cuchillos vencen el misterio de la piel, algunas balas llevan su beso de ardiente pólvora a personas consideradas objetos, fetiches, incontrolables residencias de una frustración cuya soberanía quiebra la idea mágica de una identidad con límites tranquilizadores, acaso el fracaso y el desconsuelo que surgen de un individualismo que no se consagró resguardo de la incertidumbre.
No hay tiempo para deshuesar las pesadas palabras de un lenguaje circular que sólo sirve para envejecer. No hay páramo que poblar de fantasmas cuando la vida es un hábito urgente y miserable, cuando cualquier lapso de conciencia emerge, por unos instantes, a modo de reacción frente a tragedias que lucen el equivocado calificativo de impredecibles, cuando las emociones cuajan desmembradas en el anonimato, cuando el idioma se repliega a sus más profundas rupturas y allí divaga en un luminoso escombro de la nada, en la desdicha implacable de los diálogos rotos.
Entonces la felicidad es un acto de resistencia, y el sexo es el refugio de las vibraciones humanas descuidadas por la madurez utilitaria del “mundo real”, y las velocidades urticantes acaso significan una rebelión autodestructiva, un plan de aniquilación de la vida como tesoro y en defensa de la vida como tiempo invertido en consumir y desesperar por pertenecer.
Así, el vértigo mortal, la inconsciencia galopante, y el desquicio como regla, son voces de un mismo grito desesperado.

3 comentarios:

ItoCuaz dijo...

Se te agradece, Fabián, que, por medio de tu espacio, sigas dándole cause a los textos de nuestro escritor. Son letras que se desbordan, que buscan ser escuchadas, encontrar eco... a pesar del silencio de quienes leemos; a pesar de su propio autor, como una vez me dijo ante mi negación de proclamarme "poeta".
Si sábes de él, envíale un saludo de mi parte.

Nos volveremos a ver...

Abrazos.

MaxD dijo...

Adhiero y me pregunto el porqué del cierre de su propio espacio, el cual era de visita obligada.

Respecto al texto pienso que podría formar parte de una acepción para alienación en una posible Enciclopedia de emociones vivientes.

La Incondicional dijo...

Nada que decir, ya lo dijo todo el autor.