lunes, 4 de febrero de 2008

Pasajeros

Es viejita, tiene la ropa gastada y los zapatos sin los tacos. Las medias no coinciden.
Tiene una pollera amplia que tal vez haya conocido otros colores.
Las manos hinchadas, redondas, dolidas.
Viaja en el tren hacia ningún lugar.
De pronto un perro aparece en el vagón. Tal vez se haya subido en Longchamps o en Turdera.
Esta flaco y parece una radiografía a color.
La viejita hurga en un morral roñoso y saca un tupper.
Lo abre y lo vuelca en el piso del tren.
Un fuerte olor a comida nos marea a las 7 AM.
El perro come desesperado.
La viejita lo mira.
Sin un ladrido el perro se baja en Lanus.
La viejita mira el tupper vacío.
Aun queda el olor en el tren.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un poema Bukowskiano, una pintura de sur del Gran Buenos Aires a horas pegadas en la almohada, el vaiven del tren, la sonoridad de un Longchamps que divaga en un tiempo difuso, ciudad en la que alguna vez voló Jorge Newery, si es cierta su fundación mitológica. Falta el tipo que vende relojes despertadores y los hace aturdir la modorra de los viajantes con sus putos timbres. Un poema evocativo, sin condimentos exagerados, las palabras justas, no more, saluti.

ItoCuaz dijo...

La imágen citadina del hambre, la desesperación ¿estación esperanza? No, el perro baja sin ladrar en Lanús.